Opinión

El día de las librerías

El día de las librerías, que llega hoy a su octava edición, es de las pocas manifestaciones de la cultura genuinamente nacionales que se celebran en España. La organiza una denominada, y admirable, Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros, Cegal en su acrónimo, que no ha permutado por «estatal» el significado de la segunda de sus letras sin que ello le impida celebrar su jornada en las diecisiete comunidades y dos ciudades autónomas. También en las ocho provincias de Andalucía, en cuya capital coincide con la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, que llega rebosante de salud a su cuadragésima primera edición. Este año, además, con el acicate de estar recién lanzado el desahogo bibliófilo, ¿bibliómano?, de Juan Bonilla, «La novela del buscador de libros» (Fundación José Manuel Lara), una pequeña gesta literaria en la que el escritor jerezano da cuenta de su costumbre de escudriñar los anaqueles sin saber explicar «si es una pasión, un vicio o un deporte». Dentro de una semana, abrirá el Black Friday la veda del consumismo desbocado y volverá a ser el viejo libro de papel uno de los productos estrella de la temporada navideña. ¿Quién lo iba a decir? En plena era tecnológica, es quizá el e-book el único artilugio que no ha desbancado a su antepasado con esa insolencia adolescente tan propia de estos tiempos. Al contrario, en los barrios proliferan librerías al mismo ritmo al que desaparecen otros comercios tradicionales y ninguna gran superficie se sustrae a la tentación de dedicarle un rinconcito a la literatura. ¡Hasta los kioscos venden como antaño novelas a falta, ay, de vender periódicos! Casi 90.000 libros se editaron en España en 2017, un promedio de más de doscientos al día. No hay mercado para todos, cierto, pero no son cifras de sector en crisis.