Opinión
Del escupitajo a ¡que viene el lobo!
El nazi Goebbels defendía y creyó demostrar que una mentira repetida un millón de veces se convertía en una verdad aceptada generalmente. Muchos han intentado demostrar que tenía razón y bastantes lo han conseguido. Menos claro está que una verdad –sobre todo si es impopular–, aunque sea repetida millones de veces, sea aceptada en bastantes ocasiones. El debate sobre las pensiones puede ser uno de esos ejemplos.
Ángel Gurría es el secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, que agrupa a los 36 países más ricos del mundo. El viernes, en Madrid, ante la ministra Calviño, previno otra vez del peligro de un país «de viejos pobres», si no se toman las medidas adecuadas sobre el sistema de pensiones. Advirtió, en definitiva, de «¡qué viene el lobo!», algo ante lo que distintos Gobiernos –al margen de su signo– siempre alegan que las pensiones están garantizadas. Es cierto, pero no así su cuantía. Es decir, no vacunan contra una posible pobreza de los más mayores.
Gurría volvió a desgranar una serie de medidas para evitar futuras situaciones de penuria. El que sus sugerencias sean impopulares no las convierte en falsas y el que sean repetidas infinidad de veces tampoco consiguen convencer a casi nadie. La OCDE, por ejemplo, propone retrasar la edad de jubilación, algo que rechina a una gran parte de la población y que los Gobiernos, porque puede quitar votos, intentan soslayar o, en el mejor de los casos, aplicar por la puerta de atrás. La demografía y la lógica, sin embargo, son inapelables. Las primeras pensiones públicas se pagaron en España en 1919. Una peseta al día para los mayores de 65 años que hubiera cumplido ciertos requisitos. Muy pocos las disfrutaron porque la esperanza de vida entonces era de 41,3 años. Casi 100 años después, todo es infinitamente mejor, pero las pensiones se empiezan a percibir a partir de los 65/66 años y la esperanza de vida supera los 83 años. La población de pensionistas roza los 9 millones de personas y los mayores de 85 años son más de 3,6 millones. Un éxito espectacular como país, pero que también obliga a grandes reformas –algunas quizá impopulares al principio– para evitar crear una futura sociedad de «viejos pobres». Es impopular, pero es verdad, como dijo Gurría, aunque a muchos –políticos sobre todo– quizá les resulte más apasionante ocuparse de la génesis del escupitajo parlamentario y no quieran escuchar que, esta vez sí, ¡viene el lobo!
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