Opinión

Los banqueros, ya se sabe, son mala gente

Carlos Solchaga, cuando era ministro de Hacienda de Felipe González, dijo en cierta ocasión, con su sorna habitual, que «ya se sabe, los banqueros son mala gente». Aquello se interpretó como una broma y quedó ahí. Muchos años después y una «Gran Recesión» por en medio, el oficio de banquero se ha vuelto extremadamente peligroso. El prestigio social de bancos y banqueros está por los suelos y el populismo rampante azuza a sus partidarios para que exijan «sangre de banquero y cárcel», mientras abonan la idea de que es escandaloso que los bancos ganen dinero. Sin embargo, no está claro, quiénes son «los banqueros», porque ningún presidente ni consejero delegado posee más de un 0,1% del capital de la entidad que dirige y comparten la propiedad con más de 2,5 millones de españoles –con participaciones ínfimas de 100, 200 ó 500 acciones– que, por lo tanto, perciben 500 ó 1000 euros anuales de dividendos. Muchos, además, son jubilados que así completan sus pensiones. Por último tampoco son «banqueros» los casi 100.000 empleados bancarios –y sus familias– y cuyos puestos de trabajo peligran si el negocio se hunde, como tantos parecen desear.

Ayer comenzó en Madrid el juicio de Bankia con la sorpresa de que la Fiscalía Anticorrupción baraja acusar de «falsedad contable» a los 34 encausados, aunque sólo al final del proceso determinará si lo hace o no. Eso significa que, 28 de los 34 acusados, que esperaban librarse del juicio, tendrán la espada de Damocles sobre sus cabezas casi un año. Los otros acusados, Rato, Olivas, Fernández Norniella y Verdú ya se han preparado para lidiar con todo el proceso. Confian –y mantienen las esperanzas– en su absolución, aunque perciben que, sobre todo, la presión social –que no debe afectar a los magistrados, pero nadie vive en una burbuja– los coloca al borde del abismo. Hasta ayer, muchos expertos veían posible esa absolución, sobre todo con Rato ya en la cárcel, como ejemplo expiatorio de toda una época. Una condena también salpicaría al Banco de España, sobre todo al de la etapa de Fernández Ordóñez en tiempos de Zapatero, a sus Gobiernos y a los del PP, y el futuro de la auditora Deloitte sería muy oscuro. Es el sueño de los extremistas, todo el sistema en entredicho. Nada debe eximir a nadie si transgredió la ley y no puede haber excepciones, pero ni aunque los banqueros sean «mala gente», nada avala un certificado de culpabilidad por adelantado, tampoco en vísperas de sucesivas campañas electorales. Bancos y banqueros pueden ser antipáticos, pero un mundo sin ellos sería mucho peor, sin olvidar que el dinero se inventó para facilitar la vida de la gente.