Opinión
Adviento
Los grandes almacenes han encendido ya los reclamos de Navidad sin esperar siquiera a la llegada del Adviento el domingo que viene. Los anuncios navideños se mezclan con las rebajas del «black-friday», esa tumultuosa importación consumista. Es deprimente contemplar los escaparates iluminados de las tiendas cada año más colonizados por el inglés. Es raro ver un anuncio en castellano. Alguien debería dar ya la voz de alarma ante semejante horterada, manejada sobre todo por economistas, sociólogos y publicitarios superficiales, y que está invadiendo también la prensa. ¡Estamos despreciando y maltratando nuestro idioma! A ver qué hacen el Gobierno y la Academia.
De niños en el pueblo, la primera noticia del Adviento nos la proporcionaba don Florencio, el maestro, un hombre mayor, calvo, interino y piadoso. En estas fechas don Florencio utilizaba el relato evangélico de los cuatro domingos de Adviento para el dictado de los viernes. Aún guardo aquel cuaderno azul de la escuela. A mí me impresionaba la figura de Juan Bautista en el desierto, vestido de pieles, comiendo langostas y miel silvestre, que predicaba junto al Jordán: «¡Allanad los montes, preparad los caminos!». Luego he sabido que era el anuncio de algo nuevo, sorprendente, que iba a cambiar la historia de la humanidad, pero que en aquel tiempo ni siquiera fue noticia. Dudo de que ahora lo fuera. Para mí aquello era el primer barrunto de la Navidad que se acercaba, en que no habría escuela, parirían las ovejas en la majada los tiernos caloyos, seguramente nevaría, colgarían los carámbanos de los tejados y nosotros recorreríamos las calles con zambombas cantando los villancicos de los pastores y pidiendo el aguinaldo.
Seguramente porque soy de pueblo, a mí me gusta cada cosa a su tiempo y los nabos en Adviento. Pero ¿quién compra ya nabos en Adviento? Ahora, con la globalización y el imperante espíritu laico, las fiestas han perdido su sentido original. En el pueblo cada día señalado disponía invariablemente del rito y el menú correspondientes que se repetían milimétricamente año tras año. Si me apuran, se repetían hasta las conversaciones de la sobremesa. Ahora todo eso ha cambiado. Lo peor es que la gente celebra no sabe qué y confunde el culo con las témporas. ¿Quién pone hoy en el salón de su casa la «corona de Adviento», hecha de muérdago y acebo, con las cuatro velas bendecidas, una para cada domingo, que significan, según tengo entendido, amor, paz, tolerancia y fe? Con lo bien que nos vendrían hoy estas virtudes en los tiempos que corren.
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