Opinión
Borrell, el ojo, la paja y la viga
José Borrell, ministro de Asuntos Exteriores y hasta cierto punto «verso suelto» del Gobierno de Pedro Sánchez, «está que fuma en pipa». Primero: Todavía no ha digerido el chusco episodio del escupitajo en el Congreso tras su bronca dialéctica con Rufián. El líder del PSOE y el partido lo respaldaron, ¡faltaría más!, pero tampoco hubo una defensa encendida del titular de la diplomacia española.
Segundo: Borrell, brillante, eficaz, exigente tuvo que tragarse el sapo de que los expertos españoles no detectaran el alcance del artículo 184 del acuerdo del Brexit entre el Reino Unido y la Unión Europea, y que afectaba a Gibraltar. El Gobierno se enteró tarde y mal y tuvo que hilvanar de urgencia una solución que ahora, tanto Sánchez como Teresa May venden como un éxito própio.
Tercero: la Comisión Nacional del Mercado de Valores ha multado a José Borrell con 30.000 euros por uso de información privilegiada en la venta de un pequeño paquete de acciones de su ex-mujer –en total, 9.000 euros– cuando era consejero del grupo Abengoa. El ministro, en otras circunstancias, hubiera recurrido, pero hacerlo ahora era arremeter contra el Gobierno del que forma parte. Por eso, con rabia contenida, asume la multa, aunque insiste en que no hubo información privilegiada. Alega que, por ejemplo, no vendió sus propias acciones y que perdió 300.000 euros. Es sólo algo más de la pérdida de Rato –250.000 euros– con sus títulos de Bankia, argumento que por ahora no le ha librado de nada. Borrell vendió las acciones de su ex-mujer el 24 de noviembre de 2015. Al día siguiente su valor cayó un 53% y otro 40% adicional el día después. Los accionistas –muchos minoritarios– de Abengoa, como los de Bankia, perdieron todo su dinero, aunque los de la entidad financiera lo recuperaron porque, de alguna manera, pagó el Estado. Nadie, como es lógico, devolverá nada a los de Abengoa, la compañía de la que Borrell fue consejero entre 2009 y 2016. Ahora sí, porque Pedro Sánchez no se puede permitir otra dimisión por «irregularidades», todo el Gobierno, incluso Ábalos con el que discrepa a menudo, ha salido en tromba a defender al ministro de Exteriores. El episodio es dudoso, porque la cuantía es mínima y Borrell sí sufrió un quebranto importante, pero abre la sospecha de que si en su lugar estuviera un político de centro-derecha ya estaría demonizado y condenado por socialistas, podemitas –piden la dimisión del ministro, pero sin mucha insistencia– e independentistas. Es la última versión de la vieja historia de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio.
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