Opinión
Y la marmota dejó la madriguera
Hubo quien lloró. Como Susana Díaz, cuando llegó a casa de madrugada. Su hijo, José María, el niño del columpio del día de reflexión, dormía. José María, su marido –«me he casado con un tieso–» estuvo todo el rato a su lado, pero el desconsuelo era tan enorme como una mayoría absoluta imposible. Las urnas se le atragantan a la todavía presidenta andaluza. Ya la tumbó Pedro Sánchez en las primarias, cuando ella era la favorita, Ayer ganó las elecciones, pero perdió casi todo. Ahora los socialistas andaluces quizá esgriman que debería gobernar el vencedor, más allá de las coaliciones de perdedores de las que hablaba Esperanza Aguirre. Rajoy planteó, al menos para las municipales, que gobernara el más votado. Nadie en la izquierda quiso escuchar la propuesta.
Hubo quien brindó, claro, como Santiago Abascal, el líder de Vox, y Francisco Serrano, su cabeza de cartel en Andalucía, un semidesconocido que ahora será muy popular. Ninguno podrá agradecer suficiente a Susana Díaz el empellón que les dió en la campaña.
Hubo quien brindó, a pesar de perder siete escaños, como Pablo Casado que sí, ha salido airoso de su primera cita electoral, a pesar del grano de Vox, que hubiera sido todavía mayor con Rajoy o Soraya Sáenz de Santamaría al frente del PP. Y sí, claro que brindó Juan Manuel Moreno, que puede ser presidente de la Junta de Andalucía y que, hace un par de semanas, nadie le hacía el mínimo caso cuando aseguraba que era difícil, pero posible.
Hubo quien no sabía si llorar o reir, porque Albert Rivera, Juan Marín e Inés Arrimadas tenían listo el rebujito pero no se atrevían a probarlo. Han doblado sus escaños, pero se han quedado lejos del «sorpasso». Ahora tienen la papeleta incomóda de apoyar el cambio, lo que significa cerrar filas con el PP y con Vox, que tampoco puede negarse a desalojar a Susana Díaz de la presidencia. Y Rivera también parece convencido que no le conviene evitar el cambio andaluz.
Hubo, en fin, de todo, porque el Dunkerque o el Titanic del PSOE andaluz también alcanza a Pedro Sánchez, que siguió el naufragio, rodeado de la vicecasitodo Carmen Calvo y varios ministros en la sede madrileña de Ferraz. «Andalucía no es lo nuestro», decían en la Moncloa, hasta que las urnas empezaron a vomitar papeletas adversas. Si, porque todos saben que el PSOE, sin Andalucía y sin Cataluña es casi imposible que gane unas elecciones generales, que ahora están más lejos. Estaba escrito. El mapa político español volvió a romperse en Andalucía, como ya ocurrió con el referéndum del 28 de febrero de 1980, principio del fin de la UCD de Adolfo Suárez y el prólogo del acceso al poder de Felipe González. El terremoto andaluz, siempre presentido, ha llegado y la onda expansiva se dejará sentir por toda España. Y mientras Susana contenía las lágrimas, en Ferraz alguien preguntaba por los cálculos del CIS de José Féliz Tezanos, que no sirvieron ni como intoxicación. Porque a Sánchez no le importaba un traspiés de su antigua rival interna, pero nunca un batacazo. Y la súplica de Díaz para que nadie pacte con Vox equivaldría a que el PSOE no hubiera aceptado los votos de Podemos en otras ocasiones, al margen de que Iglesias llame a la movilización popular porque no le gusta el veredicto de las urnas. Muchos esperaban que en Andalucía la marmota volviera a la madriguera y el ciclo se repitiera otra vez, hasta el infinito. Pero no, la marmota optó por el cambio y habría que preguntar quien es responsable de la eclosiòn de Vox. Hubo quien lloró.
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