Opinión

Sucesor para Susana

El paso de Pedro Sánchez para tomar el control del PSOE en Andalucía horas después de la hecatombe electoral ha resultado tan insólito como arriesgado. Solo puede responder al deseo del presidente del Gobierno de cobrarse facturas pasadas, guardadas desde la cruenta carrera a la Secretaría General del PSOE. Este 2-D se resolvió como una primera vuelta de las generales, sin duda. Pero a ojos de Sánchez y de su guardia pretoriana, en realidad se interpretó como una segunda vuelta de las primarias.

De ahí que las navajas en la sede de Ferraz estuviesen listas desde la madrugada del lunes para liquidar el poder autónomo de su organización andaluza los últimos años. Con ese objetivo, Sánchez anticipó los pasos para disolver el poder de Díaz y dejar constancia de que las decisiones en el partido, en todo el partido, las toma él. Y se preocupó de que sus planes trascendiesen por boca de su secretario de Organización, José Luis Ábalos.

A pecho descubierto, sí, pero para hacer llegar a San Telmo la amenaza de tomar el socialismo andaluz si a la aún presidenta de la Junta se le pasase por la cabeza atrincherarse en su cargo del partido una vez fracase –la dirección federal lo da casi por inevitable– un intento de investidura. Con el transcurrir de las horas, la propia Díaz mutó de la perplejidad a la indignación. Presta a atrincherarse, enarbolando su millón de votos en las urnas y la condición de primera fuerza que retiene el PSOE-A, quedó en evidencia la precipitación de Ferraz, obligada a plegar velas, momentáneamente, de su maniobra de asalto al bastión andaluz.

Del «Vamos a por todas y con todas las consecuencias», lanzado desde el cuartel general del PSOE ha habido que pasar a reconocer «una mala getión de los tiempos». Sobre todo cuando aún restaría saber a quién elige Pedro Sánchez para suceder a Susana Díaz. La fuerte personalidad de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, la ha llevado a encabezar las quinielas, aunque su nombre está ahora mismo descartado porque obligaría a una crisis de Gobierno que el presidente no desea. Con todo, la realidad es que el PSOE está hoy más débil que antes del domingo. Quedan por ver las consecuencias cuando llegan las curvas electorales.