Opinión
Constitución y Fuerzas Armadas
Dudo que en nuestra historia algún general haya podido escribir libre y voluntariamente sobre el encaje de su Ejército y por extensión de las Fuerzas Armadas en su sociedad durante un período ininterrumpido de cuarenta años. Si a ello sumo que no ha conocido guerra sobre su suelo patrio, sabiendo cómo somos y de dónde venimos, la excepcionalidad es doble.
Indiscutiblemente el mérito es del conjunto de los españoles, pero también de quienes en un momento crucial supieron ganarse su confianza. Nuestra Transición tiene nombres y apellidos con un Rey Juan Carlos y un Adolfo Suárez en primera línea. No sin dificultades un grupo de ellos supo encardinar en una Constitución que votamos por significativa mayoría nuestro pasado inmediato con el presente de entonces hasta el hoy que conmemoramos.
Trozo de su sociedad, las Fuerzas Armadas procedentes de un determinado pasado inmediato, en pleno relevo generacional, supieron adaptarse a lo que constitucionalmente se les demandaba. Sabe el lector que tampoco fue fácil. Pero visto con perspectiva, los mayores problemas vinieron más de las formas –legalización del Partido Comunista incumpliendo determinadas promesas; 23 F por la forma de llevar el tema de ETA en el País Vasco– que del fondo. Las nuevas generaciones de militares sabían que una democracia conlleva el reconocimiento de todas las formaciones políticas sea cual sea su ideología y que las intentonas golpistas no tenían futuro en pleno siglo XX. Habíamos decidido no resolver nuestros problemas a tiros, aunque a tiros –y lo pagamos– intentasen romper nuestra convivencia los asesinos etarras o algunos compañeros de viaje como los Grapo o Terre Lliure y sus fariseos beneficiarios de alzacuello, camisa y corbata.
La integración venía de la mano de la consolidación de una clase media, de una mejora de la formación de los cuadros de mando, de una apertura hacía el exterior. Sin perder principios y conservando su carácter vocacional, las gentes de armas evolucionaban lógicamente con su sociedad: durante unos años conviviendo con los contingentes anuales de soldados de reemplazo y con cuadros de mando universitarios cuya aportación durante décadas enriqueció indiscutiblemente la cohesión nacional y el propio servicio; a partir del año 2000, sustituido por contingentes profesionales más adaptados a nuevas y complejas misiones. La Constitución permitió suspender el artículo 30 que regulaba el Servicio Militar Obligatorio, heredero de aquel «ciudadano en armas» consagrado por la Revolución Francesa.
Me detendré, tras este obligado breve resumen, en unas personas y en unos aspectos significativos que en mi opinión marcan este extraordinario período de 40 años. Citaré en primer lugar al Rey como Jefe de las Fuerzas Armadas (Artº.62.h) que encarna el respeto a la tradición y a unos valores que definen la milicia. El tiempo transcurrido consagra el acierto de este artículo. De la propia Transición destaca el papel fundamental del General Gutiérrez Mellado: supo cimentar el nuevo Ministerio de Defensa, nos vacunó contra opciones partidistas, imbuyéndonos claramente un responsable sentido de Estado.
Como norma de conducta debo resaltar el papel de las nuevas Ordenanzas. Contemporáneas de la Constitución, actualizaron las históricas de Carlos III. Norma moral indiscutible, constituyen el eje vertebrador del comportamiento ético y vocacional de las gentes de armas.
Del texto de la Carta Magna debo detenerme en el Artículo 8º. (Defensa de la integridad territorial y el ordenamiento constitucional). No hay duda, tal como lo entendemos, que es al Gobierno a quien incumbe el empleo de las FAS y al Congreso la definición de situaciones de crisis. Los redactores al situarlo en el Título Preliminar pensaron no solamente en inquietos «ruidos de sables», sino también –conociendo nuestra Historia– en su implantación en anteriores textos constitucionales y en su indiscutible carácter disuasorio.
Y si algo ha contribuido a visualizar el papel de las Fuerzas Armadas han sido las misiones de paz. No solo significan una apertura exterior (ya llevábamos años participando en ejercicios con otros aliados), sino también una prueba de legitimación de nuestra función y un certificado de eficacia en el marco de organizaciones multinacionales (OTAN, NN.UU). Por supuesto no ha sido gratuita nuestra participación. Un centenar largo de muertos y heridos merecen nuestro entrañable recuerdo y respeto en estos momentos.
Y después de dejar de intervenir –yo creo que positivamente, como signo de madurez– en cuestiones de política interior (orden público, justicia), la Unidad Militar de Emergencias (UME) se ha ganado justo reconocimiento cubriendo vacíos en áreas de protección civil y emergencias, sirviendo con la misma lealtad y eficacia con que las Fuerzas Armadas desarrollan otras misiones
En conjunto, con dificultades y –por supuesto– errores, saldo positivo. La sociedad valora a sus servidores armados porque han sido esencialmente leales con ella y eficaces en las misiones que la Constitución de 1978 les asignó.
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