Opinión

Italia seguirá siendo un problema

Italia y Bruselas parecen haber llegado a un acuerdo sobre los presupuestos del país transalpino para 2019. Recordemos que la coalición nacional-populista de la Liga Norte y del M5S había desafiado el Pacto de Estabilidad y Crecimiento al aprobar unas cuentas públicas que contenían un déficit del 2,48% del PIB y que, en consecuencia, alejaban al Estado italiano de su convergencia hacia ratios de endeudamiento más razonables y sostenibles: en la actualidad, el país carga con una deuda pública equivalente al 130% del PIB y su objetivo debería ser el de ir reduciéndola hasta niveles cercanos al 60%... Esto no se consigue elevando el déficit público sino recortándolo de manera sostenida. Al final, empero, ambos bloques políticos han alcanzado un pacto que no termina de satisfacer del todo a ninguno de ellos: un déficit del 2,04% del PIB para el próximo ejercicio, que si bien es cuatro décimas inferior al planeado inicialmente por el Ejecutivo italiano, sigue representando un incremento con respecto al nivel en el que cerrará 2018 (alrededor del 1,7%). ¿Por qué ambas partes han dado su brazo a torcer de esta manera? Por el lado de la Comisión Europea, parece que las movilizaciones de los chalecos amarillos en Francia han supuesto una influencia decisiva: el Gobierno de Macron ha tratado de aplacar las protestas con un aumento del déficit galo de 10.000 millones de euros (desde el 2,8% del PIB al 3,2%), de modo que la Comisión ha quedado parcialmente desautorizada en su misión de mantener a raya los desequilibrios presupuestarios de la Eurozona. Por el lado del Ejecutivo italiano, todo apunta a que la creciente presión que ejercieron «los mercados» (es decir, por aquellos ahorradores que comenzaron a desconfiar de la solvencia del país) ha sido también determinante: a comienzos de mayo de este año, la prima de riesgo italiana se ubicaba en torno a 120 puntos básicos, y durante las últimas semanas –en los momentos de mayor tensión financiera– llegó a ubicarse en los 313. Una escalada de alrededor de 200 puntos que ya está pasando factura a la economía transalpina en forma de menor inversión y menor crecimiento económico (recordemos, de hecho, que el PIB se contrajo una décima durante el tercer trimestre del año). Esta pacificación financiera entre Bruselas y Roma muy probablemente haga respirar aliviados a los mercados, pues van a ver cómo se despeja una de las muchas fuentes de incertidumbre que ahora mismo sobrevuelan el horizonte económico. Sin embargo, no deberíamos perder de vista el enorme problema financiero que continúa acechando a Italia: una deuda pública del 130% del PIB (el segundo mayor porcentaje de la Eurozona, después de Grecia) en una economía estancada (la renta per cápita del país no ha crecido en 20 años) y con una natalidad por los suelos (ligeramente superior a la española). En ausencia de reformas de calado, estamos ante un cóctel que necesariamente terminará explotando a largo plazo. Por mucho que los burócratas europeos hayan conseguido posponer ese estallido para otro momento futuro.