Opinión

La reacción

Dice Pío Baroja en sus Memorias que «en España siempre pasa lo mismo: el reaccionario lo ha sido de verdad, el liberal ha sido muchas veces de pacotilla». Y eso que él se apuntó al bando de los liberales aunque repudiaba al socialismo. «Para ser un buen socialista hay que cobrar», llegó a escribir. No sé qué diría hoy don Pío contemplando el panorama político. Asistimos a una reacción en toda regla contra los desvaríos de una izquierda desnortada que, debidamente acomodada a las ventajas de la burguesía, ha cambiado de hecho su ideología social por la funesta ideología de género, y cuya principal obsesión es combatir el tradicional modelo católico. Además ha dejado de lado su patriotismo original y ha uncido su suerte a los movimientos feministas y a los movimientos nacionalistas más disgregadores. Es natural que asistamos a los aspavientos de esa izquierda ante el rearme ideológico de la derecha, con algunos brotes reaccionarios, que amenaza con desterrarla del poder para mucho tiempo. El pacto mefistofélico del PSOE lo preparó Zapatero y lo ha firmado Sánchez. Puede que en el fondo sea un pacto de pacotilla, pero existe una percepción generalizada de que el Partido Socialista, con su pacto con Podemos y con los separatistas catalanes, ha vendido irreparablemente su alma al diablo.

Digo que la reacción no se ha hecho esperar. Y en eso estamos. Lo de Andalucía es un anticipo de lo que está pasando en la España profunda. Hay una revuelta sorda que aflorará pronto en las urnas. Seguramente esta próxima primavera. Mejor que sea en las urnas y no en la calle, que todo puede pasar. ¿Qué ocurriría si rebrotara ahora la crisis económica, como algunos aventuran? El malestar silencioso de las familias de clase media, que sienten atacadas sus convicciones católicas, que no se han repuesto de la crisis pasada y que ven muy complicado el porvenir de sus hijos, estimula esa reacción. El vacío demográfico de la España interior clama al cielo. La situación de los jóvenes, sin trabajo o con empleos temporales e insuficientes para vivir, alquilar un piso y poder formar una familia, es explosiva. Han perdido ya la fe en los dirigentes políticos y cada vez creen menos en la democracia representativa. Pero se agarrarán al que les ofrezca una salida, por extravagante que sea. Pierde sentido la dialéctica derecha-izquierda. Ya no hacen mella los argumentos racionales. Se imponen los sentimientos, que cultivan fervorosamente las redes sociales y los demás medios de comunicación. Estamos perdiendo la razón política; hoy lo que importa es hablar sin complejos.