
Letras líquidas
Un mundo de no creer
Es posible que la ficción se convierta en mecanismo de protección. Preparémonos aquí porque en Hollywood, por lo que se ve, ya han empezado
Podríamos decir que febrero es el mes de la moda y del cine, tantas citas de esos ámbitos se acumulan en sus días, pero es tan cortito que a veces se expande y los Óscar terminan celebrándose en marzo. En realidad, poco importa. El grueso de sus promociones, sus polémicas y sus debates llegan antes. En una exaltación del séptimo arte que no puede nunca separarse del resto de la vida, de la política, de las cuestiones sociales, de las guerras culturales o de las otras, las películas se convierten en parte destacada de la conversación pública, incluso más allá de su dimensión artística. Los comienzos de año llegan con propuestas cinematográficas que van, como los vinos, por cosechas. Unas mejores y otras peores. Certámenes de competencia imposible y otros de premios casi forzados; de los Globos de Oro a los Bafta, la Berlinale, los César o los Goya (qué cinematográfica quedó Granada), paradas obligadas antes de llegar a la cita de Los Ángeles.
Y recordando, precisamente, los premios del cine español, resulta curioso el análisis de las películas que este año competían por ser la mejor, que luego resultaron mejores, «ex aequo». Las dos cintas que se alzaron con el Goya compartían haber puesto su mirada en hechos concretos de la historia reciente de España. «El 47» y «La infiltrada» se centran en la recreación de un capítulo, más o menos conocido, de nuestra hemeroteca. Y lo hacen en una revisión de eso que en literatura ha dado, y sigue dando, tanto juego: la autoficción, en este caso colectiva. También otros dos filmes de los elegidos se basaban o se inspiraban en circunstancias reales: «La estrella azul» y «Segundo premio», más poética y onírica (lástima que ésta no llegara a los Óscar con ese guiño al Nueva York de Lorca), aunque con el matiz, eso sí, de que no es una película sobre Los Planetas. Y no sabemos si es casualidad o no la coincidencia de todas esas películas que beben de la realidad para construir sus historias. Guiones que bucean en lo cierto más que en los abismos de la imaginación.
En cambio, las cintas elegidas por la Academia de Cine norteamericana para esta edición destacan por crear sinopsis fantasiosas: de lo inverosímil y «gore» de «La sustancia» hasta el falso realismo en «The brutalist», con formato documental incluido, pero todas ellas invención pura. Quizá esa verdad de las mentiras, como define Vargas Llosa al acto de la creación, esté conectada con los tiempos pendencieros, antidiplomáticos, crispados y burdos a los que asistimos. Y es posible que la ficción se convierta en mecanismo de protección. Preparémonos aquí porque en Hollywood, por lo que se ve, ya han empezado.
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