Opinión

Vigilia vegana

La liturgia es sencilla. En menos de lo que se reza un padrenuestro un puñado de activistas se planta a las puertas de un matadero y pide a los camioneros que transportan los cerdos que se detengan para darles su último adiós. Hay quien llora más que cuando dispararon a la madre de Bambi. Ese momento iniciático que los sacó de las catacumbas. Piensan que el cochino fallece más consolado por la especie que los asesina. La vigilia vegana muestra cómo la nueva religión apuñala los corazones como vírgenes dolorosas. Nos hace culpables. Así cayó el imperio romano, sólo que en aquel entonces hasta se podía despeñar a los recién nacidos. Ignoro si estas personas visitan también a los enfermos o a los ancianos que mueren tan solos que cuando les llega la hora piensan que ya estaban en el ataúd desde el día que nacieron.

Presiento, sin embargo, que los humanos se olvidan de sus semejantes mientras empatizan más con un cordero de su nuevo dios. Ahí está la ministra Ribera, que nos asustó cuando aseguró que sólo le gustan los animales vivos. Alguien pensó que era una Hannibal Lecter en lugar de una animalista confesa. En las plazas de toros echarían en combate a los que gustan del jamón para que los devorasen otros carnívoros en una apoteosis del canibalismo poético. La política no es ajena al auge de las sectas. Tanto que veremos a algún mitinero presumiendo de que levita para no pisar hormigas. Ribera abrió la puerta. En los próximos debates será obligado aportar la dieta además de la declaración de bienes. Hermanos míos, arrepentíos de los filetes disfrutados porque vuestro es el reino de los necios. Los demás seremos fascistas, cómo no.