Opinión
El fantasma de UPyD
Dice un axioma de la «vieja política» que cuando al líder de un partido se le olfatea debilidad, sus críticos crecen. Y en Podemos, espoleados por el portazo de Íñigo Errejón a Pablo Iglesias, muchos dirigentes se han apuntado en las últimas horas al «sálvese quien pueda». De hecho, sin haber digerido la debacle de Teresa Rodríguez en Andalucía, y todavía menos la traición radiotelevisada de Errejón (hay que ver el ensañamiento de Manuela Carmena en sus confesiones ante Carlos Alsina en Onda Cero sobre cómo se gestó su golpe a la cúpula morada), este viernes Iglesias se ha tenido que «tragar» otro sapo: la dimisión de su lugarteniente en Madrid, Ramón Espinar, superado por la guerra que le rodea.
Y lo ha hecho desde el retiro en su flamante chalet de Galapagar, que ha sido, según me confiesan varios dirigentes con los que he hablado en estos momentos de convulsión interna, la chispa que desató el incendio que devora los cimientos de la formación morada ante la total impotencia de Iglesias, de la reaparecida Irene Montero y del «amortizado» Pablo Echenique.
Es un clamor que los candidatos morados que tienen cita con las urnas en las elecciones de mayo han decidido hacer la guerra por su cuenta. Así lo evidencia la cumbre de urgencia convocada este viernes en Toledo por el líder de Podemos en Castilla-La Mancha, José García Molina. Y muchos escudriñan si la alianza madrileña firmada en el ya conocido como «pacto de las empanadillas» entre Carmena y Errejón puede tener más recorrido que el de las urnas en la Comunidad de Madrid. Algunos en la sede madrileña de la calle Princesa vaticinan que sí.
Otros tantos dirigentes de Podemos, mientras, rebuscan en las hemerotecas las crónicas que en su día dieron fe de la desaparición del partido pionero de la llamada «nueva política»: la Unión, Progreso y Democracia de Rosa Díez.
Y recuerdan ahora que UPyD murió víctima de una mezcla fatal de hiperliderazgo personalista y crisis de crecimiento. Como Podemos, Díez conquistó las instituciones, coqueteó con el poder, pero acabó desmoronada entre traiciones y desconfianzas. Ese mismo fantasma se le ha aparecido esta última semana a Iglesias en su casoplón del Guadarrama, ese que enterró su traje de «bestia negra» de la casta. Lo resume bien gráficamente uno de sus antiguos colaboradores: «Pablo nos creó y Pablo nos destruye».
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