Opinión

El porvenir de Sánchez

Lleva pocos meses en el poder, pero se cree imbatible. Se agarra al sillón presidencial como una lapa. No piensa soltarlo, a pesar de que en la moción de censura para desalojar a Rajoy se comprometió solemnemente a convocar elecciones inmediatas. En este breve tiempo se ha apoderado de él el inevitable «síndrome de La Moncloa», que a sus antecesores les solía ocurrir al final del mandato, poco antes de la caída. No para de viajar por el mundo, donde le agasajan. El Falcon imprime carácter. Se ve con personajes importantes. Habla por teléfono con los grandes dignatarios que antes parecían inaccesibles. Luce en las reuniones internacionales su buena estampa y su dominio del inglés, que hasta ahora sólo exhibían fuera los reyes. Parece encantado de haberse conocido. Sus colaboradores cercanos y los cronistas apesebrados aplauden sus decisiones y sus ocurrencias. Y así corre el peligro de perder el sentido de la realidad y encerrarse en una burbuja. Se cree un visionario, el único defensor de España y sus sagrados intereses. El único que apuesta por el diálogo político para resolver los conflictos. No entiende la crítica de la prensa ni de la oposición, a la que desprecia profundamente y acusa de perder de vista el interés general y actuar sin conocimiento de la realidad, sólo por intereses partidistas. Mira a los demás desde arriba. No entiende que le monten a él comisiones de investigación, ni por el doctorado ni por nada. Está ensimismado. Sólo escucha cuando se acuesta el eco de sus propias palabras en la almohada.

Pedro Sánchez, un político que aparecía desahuciado por todos, también dentro de su propio partido, y que, contra todo pronóstico, ha llegado a presidente del Gobierno y se mantiene en el poder con un reducido grupo de diputados, parece convencido de que, como dice Virgilio, el éxito le hace fuerte, sin percatarse de la advertencia de Bertrand Russell de que el hombre embriagado de poder está desprovisto de sabiduría y de que mientras él gobierne, el mundo (en este caso, España) será un lugar privado de belleza y alegría. Su porvenir no está claro. Más bien se presenta oscuro como el reinado de Witiza. El último sondeo ofrecido ayer por este periódico, que acostumbra a ser certero, ofrece amplio margen a un gobierno de centro-derecha. Pero no habría que descartar por si acaso un ensamblaje político del PSOE-Ciudadanos. Se me antoja, sin embargo, que, para ese ensamblaje, Sánchez, tras su errática, altanera y discutida actuación en su breve paso por la Moncloa, es precisamente la pieza que sobra.