Opinión

Díaz espera al 26-M

Los fantasmas que persiguen a Pedro Sánchez desde su llegada al puente de mando del PSOE, ya en su “primera vida”, han vuelto a aparecerse con toda su crudeza. Roto el hilo de las baronías con La Moncloa, el hoy presidente ha pillado desprevenidos a todos, incluida gran parte de su propio Gobierno, con su última cesión a los independentistas: la aceptación de un mediador --a quien llaman “relator”, “coordinador” o “facilitador”, entre otros requiebros semánticos-- en una mesa de diálogo. Con el fracaso andaluz del 2-D marcado en sus caras, barones, alcaldes y demás dirigentes de toda índole temen ser arrasados dentro de cuatro meses por la voluntad ciudadana. “Terror y pavor”: son los sentimientos que se palpan en las federaciones socialistas a lo largo y ancho del país ante la llamativa desconexión de Sánchez con la realidad. En este caso, nacional.

El entorno del actual inquilino de La Moncloa puede repetir hasta la saciedad --tal y como hace-- que Cataluña lleva años condicionando la vida política, que ellos sólo han heredado una crisis territorial abierta en canal, que en ningún caso debe ligarse este nuevo giro a la salvación de las cuentas públicas para 2019... Pero su lucha por ese “relato” se ha estrellado contra el malestar de gran parte del PSOE. Pedro Sánchez vive enclaustrado en el poder, con una guardia pretoriana de confianza que cierra filas a su alrededor. Tanto es así, que desde la misma calle Ferraz se han limitado a remitir a la estructura del partido un argumentario con las inverosímiles explicaciones de Carmen Calvo, y ha sido el secretario de coordinación territorial, Santos Cerdán, segundo de a bordo de José Luis Ábalos en Organización, el encargado de quemar su teléfono móvil con llamadas a gerifaltes autonómicos, incluido Emiliano García-Page, para exigir lealtad (en román paladino: silencio) ante lo que se ve venir en las urnas del 26 de mayo. Un castigo a Sánchez, convencido de su mito de la resistencia, en el trasero de los compañeros de partido.

Internamente empiezan a comparar el actual escenario, desastroso y humillante, con el vivido con José Luis Rodríguez Zapatero en 2011 cuando, a la sombra de la crisis económica, el socialismo fue borrado del mapa. Aquel vuelco autonómico y municipal resultó la antesala de lo que sucedió en las posteriores generales, cuando Mariano Rajoy recibió una confianza de los ciudadanos jamás vista por el centro-derecha: una mayoría parlamentaria absolutísima. Porque el batacazo que se rumia, prácticamente en silencio, entre las filas socialistas puede ser brutal: tanto como para, entonces sí, alentar el motín. En esas condiciones, quizá las miradas se giren de nuevo hacia Susana Díaz, hoy desde luego dada por muerta, seguramente con demasiada antelación, y cuyo entorno le acaricia los oídos para mantenerse agazapada y a la espera... ¿de otra oportunidad?

Las encuestas, propias y ajenas, están lejos de cuadrar. Si las siglas del PSOE son arrasadas por los votantes pueblo a pueblo, capital a capital, región tras región, si se evapora su fortaleza de décadas, puede abrirse el suelo bajo los pies del propio Sánchez, en un intento de impulsar otra política encabezada, por supuesto, por otro líder. O lideresa. Al fin y al cabo, las miradas airadas sólo se dirigirán –de hecho lo hacen ya-- hacia el presidente del Gobierno, cuya degradación por mantenerse en La Moncloa arrastra a toda la organización. “¿Cómo pensará Pedro sobrevivir políticamente ante un panorama de tierra quemada a su alrededor?” La pregunta circula, y con gran profusión, aquí y allá, de boca en boca entre mandatarios socialistas.