Opinión
Sánchez y la enciclopedia
«Dicebamus hesterna die...». Si hubiese un concurso de frases españolas famosas, la de Fray Luis subiría al podio. Con el «Vuelva usted mañana» de Larra o «Con la Iglesia hemos topado» de Cervantes. Pero es que, ante la duda, puñeta, coge no ya la Espasa, sino internet. ¡Basta poner «Decíamos ayer» y te salen veinte páginas en Wikipedia! Qué vergüenza, por favor, que el presidente de España confunda a sus clásicos. Que revuelva las cumbres de la poesía renacentista en una batidora mental. Y no citas complejas, de «La Araucana», sino una anécdota de Secundaria.
No soy dada a hacer leña del árbol caído, servidora ha metido mucho la pata y se pone en los zapatos de Pedro Sánchez. Por ejemplo, es sabido que retuiteé un «fake» de Pablo Iglesias porque un amigo del exilio venezolano me dijo que era de la campaña de Maduro. Todos cometemos errores. En mi último libro cometí uno con la identidad de uno de los médicos que atendieron a Franco al final. El problema de Pedro Sánchez es la petulancia. Publicar un libro siendo presidente te somete al escrutinio público de cada línea. Muy pocos resistirían esa criba, a veces ni siquiera los más grandes. Creerse de otra pasta es lo que pierde a nuestro presidente. Afronta riesgos con facilidad, no por valiente, sino por imprudente.
Su libro es fatuo desde el título, «Manual de Resistencia». Está hecho de bobería y a vuela pluma. «Mi primera decisión como presidente (...) fue renovar el colchón de matrimonio y pintar nuestra habitación del Palacio. (...) La mudanza requirió el consenso de mis hijas». Está publicado que Rajoy dio su colchón a una ONG, lo contó alguien de la plantilla de Moncloa. Pero a nadie se le habría ocurrido empezar su autobiografía con tal nadería.
Pedro Sánchez habla en el libro de su belleza física y el fervor que desata en las multitudes. Se compara con Obama. Traiciona la reserva de las conversaciones con los Reyes. No se recata de presumir de su intimidad con Felipe VI y le atribuye preferencia por él.
Esta autoestima desmesurada –propia de todo inseguro– choca con la forma en que a veces se despacha sobre los demás. «Aunque fuera verdad que sólo ven Sálvame mujeres mayores e incultas ¿cuánto vale su voto?» explica para justificar su presencia en programas televisivos de masas. «Cambié la prensa deportiva por la prensa internacional», subraya para hacer de menos la afición de Rajoy a los deportes, como si alguien fuese a creerse que se levanta todos los días deseando leer la Frankfurter Allgemeine Zeitung. Venderá a espuertas, pero nos deja como un pueblo de cretinos.
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