Opinión

Cataluña estaba abierta

El Gobierno catalán se esmeró para que la huelga general saliera adelante. Aplicó servicios mínimos –más bien máximos– en el transporte para desalentar a la ciudadanía. Las escuelas se afanaron en comunicar a los padres que había huelga –general, claro– y en las universidades los estudiantes se apresuraron a pillar un día de fiesta –general, también–. Sin embargo, algo falló.
Un paseo por cualquiera de los polígonos industriales que rodean Barcelona –El Prat o la Zona Franca– no hacía pensar en una jornada de protesta. Era toda una faena encontrar sitio para dejar el coche. En Martorell, la Seat trabajó como un día cualquiera. Quizás, la Confederació Sindical de Catalunya, la Intersindical, no tenía fuerza suficiente para parar la principal industria catalana. Su apenas 1,5% de representación no da para tanto. Más bien, es una broma, y de mal gusto que tenga patente de corso para convocar cosas tan serias como una huelga general.
Ni en las universidades el paro fue total. Un 67% según datos oficiales. En las escuelas e institutos la cosa fue a peor. Apenas un 28% cuando lo tenían todo a favor. Igual que los funcionarios. Con datos oficiales en la mano, un 18% de siguieron la convocatoria. Las manifestaciones, por el contrario, juntaron a varios miles de personas. Quizás alguien del gobierno, y de los partidos soberanistas, debería pensar que una cosa es ser independentista y otra hacer el «memo» secundando una huelga –otra más– sin tener el éxito garantizado, ni objetivo claro, más allá de la algarada. ¡Existe otra Cataluña, señores! Cómo dato sirva este. Una empresa del cinturón barcelonés, con casi 1.900 trabajadores, registró un paro de 10. Los números cantan, y de qué manera.
Los cortes de carreteras tenían que poner barreras de fuego y objetos en la calzada para difuminar la ausencia de personal para la tarea. Ante la falta de seguimiento, lo mejor era molestar y enviar fotos por las redes sociales para «fardar» de músculo y de lo «muy, muy, revolucionarios» que son. Eso sí, tras la «heroica» actuación pudieron ir, con normalidad, a tomarse un café o una cerveza, e incluso ir a una entidad bancaria a sacar pasta.O quizás, comprarse algún trapito, porque Cataluña, mal que les pese, estaba abierta.
La huelga general camuflada con la petición de 1.200 euros de salario mínimo o la derogación de la reforma laboral no cuajó. Más bien pinchó. La huelga independentista fue un fiasco. Sin matices. Los catalanes dijeron a sus convocantes que «a otro perro con ese hueso». Pero, no lo duden, esto continuará.