Opinión

La campaña

Estamos, como no podía ser menos, ante una campaña electoral a cara de perro. La política en España está recalentada. Desde La Moncloa y sus aledaños mediáticos claman contra la crispación. Pero ellos no predican con el ejemplo. Nadie ha tensado más la cuerda en la vida pública desde la transición democrática que Pedro Sánchez, sus escritores apesebrados y sus medios de comunicación afines. Y ahí siguen, pidiendo moderación y silencio a Pablo Casado y Albert Rivera, mientras se preparan para reeditar el obsceno pacto de gobierno, si las urnas les son propicias, con los podemitas y los separatistas catalanes. Sólo de la mano de estos, Sánchez puede aspirar a seguir en la Moncloa. Para lograr este peligroso objetivo, hay que desacreditar a Ciudadanos y al nuevo Partido Popular hasta extremos irritantes y hay que echar una mano a Pablo Iglesias para que salgan las cuentas. Las prevenciones lógicas del Partido Socialista, hace menos de dos años, contra estas alianzas poco recomendables han sido ignoradas por completo por Pedro Sánchez, que ahora impone, a sangre y fuego, a los leales al «sanchismo», barriendo a los críticos, en las listas electorales. El viejo socialismo está, con esta maniobra de dominación particular, a punto de desfallecer.

La complacencia de la izquierda con la irritante manifestación de los separatistas catalanes el sábado en Madrid, contra la Justicia y el Estado de derecho, ha producido alarma entre la gente desprevenida. ¿A quién había que demostrar, con esta provocación intolerable, que España es un país democrático y tolerante con todas las opiniones, hasta las más destructivas? Lo único que se consigue con semejantes mamarrachadas es que aumente la crispación y el apoyo popular a fuerzas españolistas desaforadas con pecheras llenas de medallas, que es lo que, por lo visto pretenden también desde Moncloa. Divide y vencerás, es la consigna. La fuerte irrupción de Vox –veremos hasta dónde llega– impide de momento un triunfo sobrado del Partido Popular sobre el «sanchismo» el 28 de Abril. De eso se trata, mientras se pide moderación y árnica por los oscuros manejos catalanes. Con este ambiente, nadie puede extrañarse de que estemos ante una campaña electoral de fuerte contenido ideológico. Se trata de saber no tanto qué es España, debate esencialista que acompaña los momentos históricos de crisis, sino algo más circunstancial: ¿hacia dónde va España? ¿en qué manos estamos? Y llegados a este punto, siempre hay que recurrir a Ortega: «Nos falta la cordial efusión del combatiente y nos sobra la arista soberbia del triunfante».