Opinión

Las consultas

El Rey está llevando a cabo la ronda de consultas con las fuerzas políticas para proponer al Parlamento, con conocimiento de causa, a la persona encargada de formar Gobierno. Es una de las pocas obligaciones institucionales que tiene. Los dirigentes de los partidos van desfilando por La Zarzuela y Felipe VI los recibe a todos en el mismo sitio con el gran tapiz de fondo, procurando mostrar la misma o parecida amabilidad aunque acudan allí políticos a los que detesta. Esta capacidad de disimulo, este control de los propios sentimientos, entra de lleno en la educación regia y es una de las más desagradables servidumbres. Ha de mostrar, por la cuenta que le tiene, la más exquisita neutralidad política.

Este imprescindible rito institucional no despierta demasiado interés. Y menos en este caso. El Monarca carece de capacidad de maniobra. Todo el mundo da por hecho que el designado será el líder socialista, que representa a la fuerza más votada en las pasadas elecciones. Ni siquiera se han guardado las formas y Pedro Sánchez, nada más conocer el resultado de las urnas y aun careciendo de mayoría absoluta, se adelantó a la consulta regia y convocó en La Moncloa a los principales dirigentes políticos para tantear el terreno. El gesto no gustó nada en la Casa Real y mereció severas críticas. El desprecio a las formas no ayuda al aprecio del pueblo a las instituciones.

Estas consultas tienen, sin embargo, importancia en sí mismas. Es mucho más que hacerse la foto con el Rey y salir en el telediario. Sirven para reafirmar visiblemente el régimen constitucional de la Monarquía parlamentaria, incluso por parte de los que se confiesan de vocación republicana. Es también una buena ocasión para que las fuerzas más pequeñas puedan manifestar sus intenciones y sus necesidades al Jefe del Estado y a la opinión pública. Al Rey le sirve para tomar el pulso a la España política y conocer de cerca a sus principales actores. «Ninguna cosa más propia del oficio de rey –dice Saavedra Fajardo– que hablar poco y oír mucho». Estos días el Rey Felipe VI tiene los oídos muy abiertos. De su capacidad y acierto para moderar el funcionamiento de las instituciones, como hizo ejemplarmente su padre, don Juan Carlos de Borbón, en su largo y fecundo reinado, dependerá en gran manera el porvenir que nos espera. No son tiempos fáciles y el Rey no puede ser, como algunos quieren, un objeto precioso decorativo.