Opinión
Con las cartas marcadas
Desde el principio se sabía que los tres partidos situados en la parte derecha del mapa estaban condenados a entenderse. La foto de Colón, tan utilizada por la izquierda como arma arrojadiza, era lo más parecido al acta notarial de los futuros acuerdos, que tenían su antecedente en Andalucía. El rechazo de los tres, como se vio en las dos campañas electorales encadenadas, a Pedro Sánchez, y la desconfianza que suscita por su trayectoria anterior, son muy superiores a las diferencias, que no son pocas, entre ellos. Las presiones poderosas para que Albert Rivera rectificara en redondo y se unciera al carro del sanchismo no podían dar resultado. Habría sido un fraude a los votantes y una demostración de que Ciudadanos era un partido acomodaticio y poco fiable. El espantajo de Vox, aireado interesadamente desde la Moncloa, como una fuerza peligrosa y anticonstitucional, se ha visto que no tenía demasiado fundamento. Mucho más enemigos del orden constitucional y de la Monarquía parlamentaria son los anteriores y seguramente futuros socios de Sánchez que las huestes de Santiago Abascal, un partido católico conservador, partidario del nacionalismo cívico, desgajado del Partido Popular.
Ninguno de los tres tenía cartas tapadas. Tanto Casado como Rivera, a pesar de la pugna despiadada entre ellos por hacerse con el tablero, se habían presentado al electorado con el propósito de unir fuerzas allí donde fuera posible para conseguir poder local y regional que hiciera de contrapeso al poder de Pedro Sánchez y sus peligrosos socios. En el caso de Ciudadanos, sus reparos al trato con Vox, cuyo concurso era imprescindible en plazas importantes, ha tenido que ir cediendo al sentido común y al deseo acuciante de tocar poder. El forcejeo no ha pasado a mayores. Todos saben que juegan con las cartas marcadas o boca arriba. Sería ridículo hacerse trampas. Es simplemente la hora del reparto. Y en eso se está.
Todas las miradas están puestas en Madrid por su importancia en sí y por su carácter simbólico. De Madrid, a La Moncloa. El Partido Popular y Ciudadanos se repartirán la Comunidad y el Ayuntamiento y Vox dejará de ser un invitado de piedra. En Murcia se avanza por el mismo camino. Aragón, Castilla y León y Navarra –las tres comunidades más históricas– están aún en el aire. Aragón depende de un pequeño partido regional. Castilla y León pone a prueba la coherencia del partido de Rivera. Lo de Navarra merece capítulo aparte: las derechas han hecho allí los deberes y el PSN está poniendo en apuros al PSOE de Pedro Sánchez. La partida aún no ha terminado, pero no se esperan grandes sorpresas.
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