Opinión
Bloqueados
El reinado de Felipe VI está caracterizándose por la inestabilidad política y el bloqueo de las instituciones democráticas. El hijo de Juan Carlos I no está teniendo suerte. Constantemente está poniéndose a prueba su capacidad para moderar eficazmente el funcionamiento del sistema emanado de la Constitución del 78. Hasta ahora los resultados son decepcionantes. Vivimos en permanente zozobra. Llevamos demasiado tiempo con Gobiernos interinos o inestables. Los dirigentes políticos de todos los colores parecen incapaces de cumplir la voluntad popular expresada en las urnas de establecer sólidas alianzas para hacer frente a los graves retos nacionales y tener en Europa el papel relevante que nos corresponde. Hay problemas territoriales serios esperando que las fuerzas constitucionales se pongan de una vez de acuerdo. Y hay asuntos sociales y económicos de extraordinaria importancia aparcados a la espera de un Gobierno consistente que goce de respaldo estable en las Cortes. Ni siquiera tenemos presupuestos. Se suceden las elecciones hasta el hastío. Candidatos a presidir el Gobierno, a los que el Rey hace el encargo, no se atreven a presentarse a la investidura, como pasó con Rajoy, o se presentan, como pasa con Sánchez, por su cara bonita, sin sólidos apoyos pactados previamente.
La ruptura del bipartidismo, todo lo imperfecto que se quiera, con la proliferación de nuevos partidos políticos, nacidos del malestar ciudadano por los efectos de la crisis económica y por la degeneración moral de las grandes formaciones, no ha servido para regenerar la vida política, sino todo lo contrario. Ha contribuido directamente a la inestabilidad que padecemos. Los nuevos partidos están causando una gran decepción. Vuelven a España ingobernable. No es extraño que decaigan vertiginosamente en los sondeos. La preocupación y el malestar ciudadano con la clase política alcanza hoy niveles sólo superados por el paro. Será por algo. Como dice Leibniz, no hay nada sin razón suficiente. La incapacidad de los dirigentes para dejar de mirarse el ombligo, olvidarse de rencillas personales y ponerse de acuerdo –el problema no afecta sólo, como se sabe, al Gobierno de la nación– pensando en el bien común, está contribuyendo seriamente al desprecio de la clase política y al desprestigio de las instituciones, incluidas la Prensa y la Corona. El bloqueo político que padecemos no se arregla con nuevas elecciones en otoño, salvo que se haga a un lado el que ha demostrado incapacidad para cumplir el mandado de las urnas y el encargo del Rey. No se puede ir de fracaso en fracaso hasta la victoria final. Así fracasamos todos.
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