
El bisturí
Sánchez se atrinchera ante la corrupción
Todo mentiras. Como lo de que no sabía nada de lo que hacían Ábalos y Cerdán
Los que piensan que Pedro Sánchez dará su brazo a torcer y aceptará finalmente adelantar elecciones se equivocan de cabo a rabo. Salvo que los nacionalistas retiren por sorpresa su apoyo por temor a verse salpicados por la contaminación política que rodea al Gobierno o Pablo Iglesias decida consumar su particular venganza contra el PSOE y Yolanda Díaz, el presidente del Ejecutivo se afanará por mantenerse en el cargo hasta agotar el mandato, y la fuerza con la que se aferrará a él será directamente proporcional al crecimiento de casos como los que salpican a Santos Cerdán o José Luis Ábalos, los dos últimos secretarios de Organización de su partido, al fiscal general del Estado o a su entorno familiar. A mayores escándalos, más luchará Sánchez por seguir al frente del país como medio de salvaguardia ante lo que le pueda pasar, pues solo desde el poder podrá intentar articular posibles defensas ante una avalancha que amenaza por llevarse por delante a su partido en las urnas, como empiezan a vaticinar todas las encuestas serias. Nadie espere tampoco movimiento alguno de sus socios ultraizquierdistas. El argumentario que ya ha empezado a circular entre ellos para salvar la cara ante el apoyo a un partido cuya cúpula ha quedado arrasada por la corrupción es que con la derecha todo sería peor y que los escándalos que ésta protagonizó fueron mucho mayores que los de ahora. Incomparables, repiten machaconamente. Verán por tanto estos días a dirigentes de Sumar y Podemos -hasta que Iglesias cambie de opinión- y a su órbita mediática regañar con la boca pequeña al líder del PSOE y pedir comisiones de investigación y otros fuegos de artificio, mientras resucitan la Gürtel, el affaire de Cataluña y la policía patriótica, como si lo de Cerdán y Ábalos, Koldo y Aldama, la fontanera y el imputado García Ortiz fueran minucias, meras bagatelas que no se pueden tolerar pero a las que hay que intentar perdonar, como si se tratara de las travesuras protagonizadas por un hijo descarriado. Del dinero desfalcado que podría haber ido a reforzar la sanidad, la educación y otros servicios públicos, ni palabra, claro.
Desgraciadamente, no lo son. El estallido de estos y otros muchos escándalos ha destrozado la ilusión de numerosos simpatizantes de izquierdas que habían creído ilusamente hasta ahora que todo respondía a la máquina del fango y al contubernio justicio-mediático creado por la derecha para hacerse con el poder, como venían pregonando a coro Sánchez y sus ministros. Nada más lejos de la realidad. No, en cualquier democracia seria un presidente con la mitad de irregularidades en su entorno como las que se han conocido solo los últimos dos meses le llevarían a presentar la dimisión, pero en España esto no va a ocurrir porque nuestro país dejó de ser un país serio después de que no pasara nada a raíz de todo lo que ocurrió durante la pandemia y que anticipaba lo que iba a venir: la tentación dictatorial de un Gobierno, la articulación de medidas de apariencia técnica pero que en realidad estaban diseñadas para atacar al adversario político desde el aparato del Estado, y las corruptas generalizadas eludiendo todos los controles que deberían haberlas impedido. Salvo sorpresa, Sánchez seguirá en el cargo y volverá a la carga, insistiendo en sus falsos clichés: los bulos, el fango, la justicia golpista, la ultraderecha, Trump, Israel y los medios enemigos del progresismo. Todo mentiras. Como lo de que no sabía nada de lo que hacían Ábalos y Cerdán.
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