Opinión
Jaque mate a Iglesias
La discusión en estas horas, tras la investidura fallida, se centra en saber quién es el derrotado. Quién es el que se ha dejado más plumas en este complejo proceso que abre un periodo de interinidad, otro más, en la política española. La cara de Pablo Iglesias en el pleno lo decía todo. Aguantó como pudo la reprimenda de Pedro Sánchez, que puso negro sobre blanco la táctica negociadora de Podemos. Un dirigente sindical comentaba con ironía que quizás le podrían fichar como asesor en las negociaciones. La cara del dirigente morado estaba con un color cercano al de su partido. Salió a regañadientes a la tribuna para acusar al Gobierno de filtraciones, cuando los periodistas hemos sido víctimas de las filtraciones constantes desde las filas de Podemos. Como Zarina ofendida, Iglesias se puso a la defensiva, en una clara evidencia de la magnitud de la derrota. Para colmo, pidió como alma en pena un cambio de cromos. Ofreció al candidato renunciar al Ministerio de Trabajo si a cambio le ofrecía las Políticas Activas de Empleo. Dijo Iglesias que se lo sugirió un alto dirigente socialista. O este dirigente socialista le levantó la camisa a Iglesias o el líder podemita desconoce que las políticas de empleo están traspasadas a las comunidades autónomas. El Gobierno, como mucho, puede negociar con ellas su aplicación.
Para colmo de males, el PNV señaló a Iglesias como culpable y ERC, como el causante del naufragio de un gobierno de izquierdas, porque como le dijo Sánchez «para qué sirve la izquierda si pierde incluso cuando gana». Jaque Mate. Iglesias es el gran derrotado. Pudo acabar en tablas la partida y perdió sin paliativos. La izquierda no gobierna gracias a sus esfuerzos ímprobos en su remake de lo ocurrido en 2016, y la derecha está feliz. El presidente en funciones aprovechó su intervención para hacer leña del árbol caído. Sacó los colores a un Iglesias visiblemente tocado desgranando una a una de sus reivindicaciones: «No quería controlar al Gobierno, quería el Gobierno». Quería, en otras palabras, apuntarse los éxitos del Gobierno como si fueran propios.
Las relaciones están rotas y Sánchez pronunció un discurso que será la piedra de toque de un posible discurso electoral. Iglesias recuperó el ADN destructivo que impregna a comunistas y antisistema, que prefieren a la derecha gobernando porque tienen las manos más libres.
Pablo Casado hizo su discurso. Ya lo hizo el lunes. Espera su momento, y dejó entrever que no pondría en cuestión al sistema. Es decir, no cerró la puerta a una abstención para evitar elecciones, pero presionó al candidato para que haga gobierno. El pendenciero líder de Ciudadanos siguió subido a la parra. Pronunció en seis minutos de discurso 9 veces la palabra banda, 4 botín y 2 plan Sánchez, como si la ocurrencia –mala– fuera la apoteosis de la política.
Estamos en puertas de unas elecciones si Podemos no extirpa el gen autodestructivo que le impregna. Iglesias prefiere sacrificar a Podemos antes que aceptar una negociación en la que no puede pedir la luna. Casi podría utilizar el eslogan de Quim Torra: «Lo volveré a hacer». Iglesias lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a evitar un gobierno de izquierdas. Si vamos a elecciones, Podemos puede empezar a entonar su propio réquiem. Los votantes de izquierdas no dan crédito y el que rompe, paga. Lo mejor que podría hacer Iglesias es irse. Se echó a un lado por la presión interna y si en algo quiere a la izquierda, debería dar el paso final para dejar a otro, u otra, al frente de la negociación porque con Iglesias, no. Es imposible.
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