Opinión

Avispas asiáticas

Ha quedado científicamente demostrado que a San Francisco de Asís, que se refería a las avispas como «hermanas avispas» no le picó ninguna avispa asiática. Casi todo lo que viene del continente amarillo es, como poco, analizable. En tiempo de San Francisco de Asís no habían llegado a Europa las malvadas, poderosas y terribles avispas orientales, cuya picadura multiplica por diez el dolor y las consecuencias de una picadura de avispa normal o de abeja doméstica, que empiezan a caerme simpáticas. No puedo presumir de pertenecer a la Asociación Mundial de Amigos de los Insectos. Me repugnan. Esas moscas. También abominaba de ellas Antonio Machado, y ese detalle puede salvarme. En mi casa norteña, que es la mía, se distribuyen en sus dependencias diez matamoscas. Soy experto en dejarlas turulatas con un golpe seco y preciso. El mosquito de la atardecida me pica sin remordimiento alguno, de tal manera que sin remordimiento alguno les devuelvo la animadversión con unos artilugios que llaman su atención, invitan a investigarlos y finalmente los electrocutan. De las pulgas, mejor no hablar. Fui su víctima durante mi infancia y de cuando en cuando se reúnen unas cuantas para llevarme de nuevo a mis edades infantiles. La pulga era muy de iglesia. Las pulgas más grandes que he visto en mi vida fueron las de la Iglesia de los Jesuítas en San Sebastián. Aprovechaban para picar a los fieles cuando se entonaba el «Agur Jesusen Ama», y el día de San Ignacio, hoy cuando escribo, aprovechaban la excesiva duración del Himno de San Ignacio para horadar mi epidermis juvenil. «Iñazió, gure patron aundiá, Jesusen Compañiá, fundatú eta dezu armatú»... Al llegar al «armatú» ya me habían horadado desde las orejas a los tobillos. Y ¿qué decir de la hermana araña? ¿Les ha mordido en alguna ocasión una arañita? Hijas de su madre. Las amables cucarachas, las chinches, los tábanos. Cuando observo el golpe seco de un pajarillo llevándose un insecto a su pico, mi admiración por el pequeño volador supera con creces a la que sentí de joven por Felipe V, que se me antojaba – y se me antoja– un Rey excepcional. Pero todos estos bichejos son hermanos de la caridad comparados con las avispas asiáticas que nos han colonizado. Aquí, en Cantabria, abundan. Y se adoptarán todo tipo de acciones contra ellas cuando, hartas de picar a los seres humanos, se aficionen a las anchoas.

Me pregunto cuándo y cómo habrán llegado hasta aquí. Aquí no es sólo Cantabria, es toda España. Atacan las colmenas de abejas domésticas, a las que triplican en tamaño y mala intención. Gustan de las hiedras y las plantas trepadoras. Y tienen, en efecto, una expresión de avispa excesiva. Avispa sobre avispa, hijaputa total. Leo en los periódicos que Tezanos le ha aventurado a Sánchez más escaños de los existentes. No me importa. He leído que Zidane ha declarado que no hay que preocuparse porque cuenta con un equipo excepcional y con Isco y Mariano como revulsivos. No me importa. Que hay fisuras en las relaciones entre el PP y Ciudadanos por los espigones de la bahía de Santander. No me importa. Que Casado diseña la cúpula del PP. No me importa. Que van aumentar las subvenciones a los chulos del sistema del cine español. Nada me afecta. Que Pablo Iglesias pasa por malos días, de tristeza y desencanto. Lo siento. Sólo me preocupan las malditas avispas asiáticas. He enviado a mi familia a la playa, y como es habitual, iniciaron los preparativos a las diez, son las doce, y todavía no han arrancado. No es por egoísmo. Sucede que en la playa no hay avispas asiáticas y me siento mucho más tranquilo.

Una avispa, aunque sea asiática, vive pocas semanas. Para alcanzar Europa, están obligadas a superar la cordillera del Himalaya, picar a los monjes budistas, alcanzar los desiertos petrolíferos, picar al Príncipe Heredero de Arabia o a sus hijos, atravesar Irán y picar los cuerpos sin vida de los homosexuales ahorcados por los financieros de «La Tuerka», acceder al Mediterráneo, sobrevolar Turquía, Grecia, Chipre, Croacia, Italia, Malta, Sicilia, Francia, el Principado de Mónaco, Picar a Estefanía, y finalmente llegar a España por Cataluña, picar a la Colau, y si después de ello sobreviven, distribuirse por todo el territorio nacional, aunque a mí, por egoísmo, las que me preocupan son las que eligen Cantabria, y los alrededores de mi casa, con siete nietos expuestos a sus aguijones. Pero no es sencillo acceder a los servicios de protección, lo cual, por otra parte es lógico porque están saturados de demandas del mismo tipo.

Un enigma lo de estas avispas. Los de Pacma dirán que es consecuencia del calentamiento global. Lo cierto es que están aquí, y que haciendo honor a su condición oriental su presencia y abundancia han superado el límite de lo admisible.

Sánchez, en Las Marismillas de Doñana celebrando la encuesta de Tezanos. Falcon. Langostinos de Sanlúcar. Paseos con Bego. Y punto final, que ha entrado por la ventana de mi despacho una avispa asiática y me dispongo a espachurrarla con el matamoscas.