Opinión
La aluminosis navarra
«O el poder territorial incluido un salvoconducto del PNV para toda la legislatura, o el relato para situar a Casado y a Rivera en la tesitura de una abstención responsable, pero las dos cosas no. Elige, Pedro». La reflexión se la formulaba hace poco más de un mes una muy destacada miembro de la dirección socialista al presidente del Gobierno en funciones, cuando empezaba a cuajar el pacto que daría con la socialista Chivite al frente del ejecutivo Navarro por obra y gracia de Bildu.
Conocidos los modos de contemplar la política en el PSOE de Sánchez se optó por lo primero y en consecuencia hoy, a 48 días para que se le agote la pila al «reloj de la democracia» puesto en marcha con el fiasco de la investidura fallida, solo le quedan como opciones viables al líder socialista, bien la repetición de elecciones con el riesgo que conllevan las apuestas del «todo o nada» o bien el pacto «Frankenstein», pero, eso sí, ostentando una nada despreciable cuota de poder territorial con especial referencia en Navarra, con todas sus ventajas y no pocos inconvenientes.
Navarra no es una autonomía cualquiera. El nacionalismo vasco sabe que sin este territorio no es posible una gran «Euskalerria» al margen del estado español.
Tal vez por ello el PNV –que carece de representatividad fuera de las tres provincias vascas en las que Bildu se alza como gran rival en la disputa de la tarta soberanista– apuesta curiosamente por la presencia y la hegemonía de su adversario en un territorio foral donde sin ir más lejos, el euskera es un idioma casi residual y donde los diques de contención del constitucionalismo son sólidos entre las fuerzas representativas. El grupo del PNV con Aitor Esteban a la cabeza –tan solo hace poco más de un año beneficiario de los «tractores» de Rajoy– va a exprimirle a Sánchez hasta el último euro y un poco más en forma de transferencias a cambio del apoyo a una investidura que necesita de esos votos, pero, por encima de todo, ya ha hecho valer sus fundamentales escaños en el Congreso para alejar al PSOE de cualquier entendimiento con el bloque constitucionalista de «Navarra suma» en beneficio de la formación de Otegui convertida en árbitro del juego político. ¿Hay mejor forma para Ortuzar y Urkullu de meter la cabeza en el futuro de Navarra?
Probablemente, no. La situación de interinidad del Gobierno de la nación, la debilidad institucional y la fragmentación política sumadas al desafío del secesionismo no están siendo un bálsamo para la aluminosis que padece el Estado en gran parte de sus cimientos y es aquí donde deberá pararse el salto de algunas líneas rojas ante el que un partido como el PSOE tal vez se esté excediendo en eso de silbar y mirar hacia arriba. Navarra sin ir más lejos.
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