Opinión

S.O.S: Libertad de expresión

Justo cuando me dispongo a escribir una columna, esta que leen, sobre el actual baqueteo a la libertad de expresión, justo entonces me encuentro con que no puedo acceder a mi cuenta de Facebook porque a alguien, o a muchos álguienes, le ha molestado algo que he escrito. Y me la han cerrado. Otra vez.

En Facebook, uno tiene la opción de denunciar anónimamente si algo le ofende o incomoda, en lugar de pasar de largo o ignorarlo, de optar por leer otra cosa. Y Papá Zuckerberg, delegando en oompa loompas mal pagados y de limitadas entendederas, ejerce su todopoderosa tutela sobre el rebaño. Así que 30 días sin acceso a la red social sufre la menda porque enlazar mi última columna en este medio molestó a alguien. Si esto, justo en este momento, no es poesía, yo es que ya no sé.

Algunos de mis amigos están abandonando Facebook por este motivo. Yo misma me lo estoy planteando. El periodista Juan Soto Ivars, por ejemplo, ha limitado el uso de la red social de Zuckerberg después de que varias publicaciones antiguas fueran denunciadas (y eliminadas) por, atención, “utilizar lenguaje que incita al odio”. Utilizó lenguaje que incitaba al odio allá por 2015, más o menos, y lo eliminan ahora. Una sanción en diferido, que diría Cospedal.

Lo del lenguaje que incita al odio es tan ambiguo que cualquier cosa que los oompa loompas de Zucky no sean capaces de entender después de que alguien denuncie anónimamente y ellos cuenten con diez segundos para estudiar el caso, es susceptible de constituir una incitación al odio. Mi amigo Obi, sin ir más lejos, tuvo su cuenta cerrada varios días por incitarse al odio a sí mismo al llamarse 'maricón'. ¡Pero es que lo es! Y así se define él mismo, porque le gusta esa palabra. Pero alguien tuvo a bien proteger a Obi de sí mismo y evitar que se hiciera daño o siguiera incitándose al odio. Menos mal ¿no?

Este despropósito, que no va más allá de inconveniente eventual en formato de sainete jocoso, es sin embargo bastante sintomático de lo que está pasando fuera de las redes. Estamos rodeados de gente que busca una tutela constante, incapaz de gestionar ellos mismos sus emociones o, todavía peor, convencidos de que el resto somos responsables de ellas. Yo ya no sé si se trata de infantilismo, de irresponsabilidad o de algo mucho más perverso que no alcanzo a esbozar.

Otro ejemplo. Al youtuber Zorman, hace un par de semanas, le eliminaron un vídeo de su canal de Youtube en el que parodiaba en 30 segundos al candidato Santiago Abascal. También porque incitaba al odio, claro. Sin posibilidad de réplica, defensa o explicación. Pese a que también publicó videos satíricos sobre el resto de candidatos, solo ese ha sido retirado. Alguien, otra vez ese “alguien”, se sintió ofendido o herido en sus sentimientos y decidió denunciar. El propio Zorman tuvo ya problemas con un vídeo anterior en el que remedaba, con muchísima gracia y lucidez, por cierto, el feminismo actual. En aquella ocasión el vídeo no fue retirado, pero sí fue inhabilitada la posibilidad de ser monetizado por el autor. Bien jugado, Youtube: Zorman no puede rentabilizar su obra, pero tú sigues sumando visitas a su costa. Chico listo.

Justo compartía cervezas el otro día en la barra de un bar con Jesús Nieto y Camilo de Ory, queridos y admirados amigos ambos (tengo una suerte que no me la acabo) y poseedores los dos de las más mordaces y sagaces miradas actuales, capaces de diseccionar la realidad social con precisión horológica, y, entre trago y trago, hablábamos precisamente de todo esto. De cómo estamos empezando a legitimar una censura callada, de andar por casa, pero que es peligrosísima por todo lo que implica. Hablábamos de cómo, poquito a poco, hemos empezado a normalizar situaciones que atentan flagrantemente contra derechos fundamentales. La libertad de expresión, que no es otra cosa que la traslación verbal de la libertad de pensamiento, debería ser protegida por todos nosotros como si se tratara del último cachorrito vivo de la más preciosa especie animal casi extinta. Sí, me he puesto moñas ¿Qué pasa?

Sin embargo, y para pasmo de Jesús, Camilo y yo, que seguimos en aquella barra en Argüelles aunque ya no estemos allí, estamos todos a por uvas, entretenidos con otras cosas mucho más superficiales. Y mientras tanto Ano, de Homo Velamine, está encausado porque una asociación feminista pegada a la literalidad, como si fuera un chicle en el culo de una obesa mórbida, confunde una web satírica que critica brillantemente el tratamiento dado por la prensa a un caso extremadamente mediático y se la toma al pie de la letra. Y­ se ofende. Claro. Y denuncia, por supuesto. Camilo también lo está por exactamente lo mismo, pero esta vez mediante tuits. Virgen santa. Los chavales de SFDK se han visto envueltos en una polémica, que no tenía razón de ser y que espero que no les perjudique ni vaya a más, porque una mujer adulta que asistió voluntariamente a su concierto se sintió herida por algunas de las letras de sus canciones. Así, sin precisar más. Valtonyc sigue exiliado, un juez tuvo que pagar miles de euros por un poemita jocoso, un bar de Malasaña sufre un boicot porque hace años se rodó allí una peli porno y a alguien, hoy, le parece inaceptable. ¿Sigo o no hace falta?

Por si todo esto fuera poco, me entero de que a Julio Valdeón, cautivador amigo y una de las voces imprescindibles de hoy en día, le echan para atrás el libro con sus crónicas sobre el juicio del procès  (escrito, revisado y apalabrado) desde la editorial porque “aún, estando de acuerdo en el fondo, publicarlo así conllevaría poner la editorial en riesgo, tal y como están las cosas por aquí. Es complicado que alguna editorial en Cataluña pueda asumir la publicación del libro así, yo si quieres puedo recurrir a algún editor de Madrid. Incluso dentro del equipo editorial hemos hecho un pacto de moderación e inducción al diálogo. Yo me ofrezco a intentar buscar alguna editorial que no estando ubicada aquí lo pueda editar sin el boicot y asedios que recibiría”. Párenlo todo. Yo en la próxima me bajo. No nos damos cuenta, porque todo es sutil, mínimo, imperceptible casi. Porque no es importante que le eliminen un vídeo a un youtuber, que cierren una cuenta en Facebook, que veten a un cantante, que boicoteen un bar, que no publiquen un libro. No es trascendental. Como en el libro de Patrick Süskind, es solo una pequeña paloma en el pasillo que apareció una mañana. Pero cuando queramos darnos cuenta, esa paloma será espantosa e imponente, porque le habremos dejado serlo, y no podremos salir de casa. Estaremos atrapados, aterrorizados, sin atrevernos a movernos siquiera, a decir “esta boca es mía”, por miedo a incomodar a alguien y que eso desate la ira de la turba bienpensante. En nombre de las más justas causas se acaban cometiendo las mayores atrocidades.