Opinión

Caos

La teoría del caos es una rama de las matemáticas que haríamos muy bien en atender todos los que nos interesamos por la política española en estos tiempos de fragmentación electoral y de magnificación de las diferencias menores. El caos describe el comportamiento determinista de los sistemas no lineales cuya dinámica, por ser muy sensible a las condiciones iniciales, resulta impredecible aunque no está sujeta al azar. Así es ahora nuestra política: no hay nada en ella de fortuito, pero resulta imposible de vaticinar su resultado. El ejemplo de la formación de un gobierno presidido por el doctor Sánchez encaja plenamente en esta percepción, al punto de que, en este momento, nadie sensato se atreve a apostar siquiera por su posibilidad, y menos aún el propio interesado.

Un aspecto muy interesante de esa matemática del caos es el concepto de atractor extraño. Se trata de un lugar hacia el que un sistema dinámico tiende a evolucionar y estabilizarse. A veces es sencillo, pero otras es tan sensible a las condiciones iniciales que se convierte en caótico. ¿Cómo no pensar en la investidura de Sánchez, tras la moción de censura, en tales términos? Ese sí que fue un punto de atracción sujeto a una situación originaria muy inusual –me refiero a la morcilla que introdujo un magistrado en la sentencia de Gürtel sobre la caja B del PP y la credibilidad de Rajoy– que cuajó en el llamado «Gobierno Frankenstein» y que, inmediatamente, se transformó en un embrollo que hizo imposible la gobernación. En ello estamos, al parecer, con un Sánchez que busca desesperadamente la estabilidad –eso sí, con él en la Moncloa y sin ataduras molestas, excepción hecha de las que, susurrando y mostrando el número de la cuenta corriente, le impone el nacionalismo vasco– sin encontrarla, pues el atractor de nuestra política es verdaderamente misterioso y, de momento, indefinible.

Con el caos está también la geometría fractal, un desarrollo de Benoît Mandelbrot, para integrar objetos de apariencia irregular cuya estructura básica se reitera a distintas escalas. La belleza de esas cosas es indiscutible, tanto como la naturaleza a la que el matemático francés quería emular. Por eso es un poco forzado meter aquí la política, aunque indudablemente el discurso y los papeles que hacen últimamente nuestros políticos tienen un carácter fractal: se repiten continuamente, unas veces a lo grande –como el otro día en la estación de Chamartín– y otras a lo pequeño –como en los efímeros tuit–, tratando de hacer pasar como novedoso un siempre me dices lo mismo tan cansino que ya ni me entero. Y lo malo es que se nos avecina otra campaña electoral.