Opinión
Menos, no pocos
La ANC, convocante de la manifestación independentista de la Diada, se puso la tirita antes de tener la herida. «Será la difícil», dijeron. Y lo fue. Ni los presos, ni el «objetivo independencia», fueron suficientes para arrastrar a la calle a la guardia pretoriana del independentismo. Pero, que nadie se equivoque. Ni fue el «hoy empieza todo», que jaleaban las redes sociales independentistas, ni el gran pinchazo. Fueron menos, pero no pocos.
La Diada transcurrió bajo la liturgia habitual y los más radicales, una minoría, hicieron su particular revolución de salón quemando algunas fotos, llamando botiflers –traidores– a todo aquel que no tiene la credencial de patriota –que entregan ellos mismos–. Tras la «performance», a tomarse unas birras y a casa. El grueso de la manifestación se congregó bajo tres ejes: unidad, que no está ni se la espera; absolución de los presos, que no está en la cabeza de nadie que se considere cabal tras los sucesos del 1-O; y ahora comienza una nueva etapa, aunque nadie sabe cuál será el camino a tomar.
«El nuevo ciclo político tiene que pasar por reforzar mayorías», dijo Roger Torrent, presidente del Parlament al inicio de la jornada. Estas nuevas mayorías deben suplantar a las ahora inexistentes, y cada día más menguadas, y deben tener nuevos liderazgos. Los del pasado ya no sirven y tampoco la confrontación porque a pesar de que el Estado estuvo desaparecido, desafortunado y errático hace dos años, los independentistas saben que el Estado, y sus instituciones, existen. La muy bravucona frase de lo «volveremos a hacer» es un mero eslogan que esconde la fragilidad, la desunión y la impotencia de un movimiento que vaga por el desierto tras su fracaso. Sin embargo, se equivocan aquellos que piensan que los independentistas ya no son nada. Eso no solo es una falsa apreciación, sino que puede ser un error garrafal en el futuro más inmediato. El movimiento muestra síntomas de frustración, y si no hay una solución de convivencia con el Estado y se dilucida quién lidera a los independentistas dentro de una postura cabal, esta frustración puede alimentar a los grupos más radicales –antipartidos, extremistas de derecha e izquierda– que esperan su momento para hacerse notar. La ANC es el germen de estos grupos. De momento, la dirección los controla. La pregunta es hasta cuándo.
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