Opinión

Viaje a la 'zona cero' de la epidemia de las drogas que asola a EEUU

Virginia Occidental se ha convertido en uno de los estados más castigados por su interconexión con Baltimore, principal puerto de entrada de estupefacientes, y su alto poder adquisitivo. En 2017 se registraron 200 muertes al día en todo el país.

Estados Unidos enfrenta el mayor problema de salud pública de su historia moderna por el consumo de drogas. Las sobredosis por adicción a los narcóticos causaron 72. 287 muertes en 2017 en todo el país, según datos del Centro para el Control de las Enfermedades (CDC). Una media de 200 muertes al día.  

Cifra que supone, además, un incremento del 10% respecto al año anterior. La adicción a las drogas es también la primera causa de muerte en personas menores de 50 años, por encima de las armas de fuego o los accidentes de tráfico. 

Una grave crisis nacional declarada “emergencia de salud pública” por la Administración Trump en 2018 y a cuya alerta han acompañado múltiples iniciativas públicas y privadas encaminadas a reducir las alarmantes consecuencias. Tal vez por eso el presidente Donald Trump se vio obligado a impulsar una campaña a nivel nacional para combatir esta epidemia, careciendo de un sistema de salud universal con capacidad para hacer frente a esta creciente problemática. Para ello, 30 de los 50 estados afectados recurrieron a un programa de subsidios valorado en 1.000 millones de dólares 

Las cifras más escalofriantes están relacionadas con el consumo de opiáceos. Un alto porcentaje de los casos de dependencia se producen tras ingerir analgésicos como tratamiento para el dolor, ya que tienen un fuerte componente adictivo. Tan sólo en 2016 murieron 64.000 personas de sobredosis por esta causa. 175 muertes al día. Y un estudio reciente asegura que ese dato podría ser incluso un 35% superior.  

Una lacra, la denominada “epidemia de opiáceos”, que ha acabado con la vida de más de medio millón de estadounidenses. Algo que no resulta tan difícil de entender cuando Estados Unidos, que representa el 5% de la población mundial, consume el 80% de los opiáceos del mundo. La mayoría de estos casos de adicción, por contradictorio que parezca, comienza con una receta médica. Una simple prescripción para el dolor puede convertir a cualquier paciente en adicto, y en muy poco tiempo.  

“Nunca pensé que nuestro niño sería adicto”, confiesa la madre de Christopher Schildt, que murió de sobredosis con tan sólo 25 años. Deportista y graduado con honores, Chris era el mayor de dos hermanos de una familia de clase media del condado de Frederick. “Nunca vimos nada extraño, tenía trabajo, novia, una vida normal…”, afirma Karen Schildt, aferrándose con fuerza al álbum de fotos que mantiene de recuerdo. “No conocíamos las señales, así que no le pudimos ayudar antes”, se lamenta.   

La dependencia de su hijo empezó dos años antes de su muerte, al romperse un brazo y dislocarse el hombro jugando al fútbol. Tras estar unos días ingresado en el hospital, con fuertes calmantes para el dolor recetados por los médicos, prolongó su consumo más allá de su dolencia. “Algunos de los cambios que empezamos a notar es que venía a visitarnos con menos frecuencia, empezó a manipular a la gente de su alrededor para conseguir dinero, dormía bastante, sudaba mucho…”, recuerda su padre, Edward Schildt. “Al final unimos todas las piezas que no encajaban”, pero ya era tarde.  

Esta zona del país, situada en la Virginia Occidental, es una de las más afectadas por la epidemia de opiáceos. “La particularidad del condado de Frederick es su localización, ya que muchas carreteras principales convergen en esta área. Este hecho, y el alto poder adquisitivo de la zona, lo convierten en un lugar especialmente atractivo para los traficantes de drogas”, explica en entrevista a LA RAZÓN el Sheriff, Chuck Jenkins.  

Entre esas vías de entrada, destaca la carretera Interestatal 70, procedente del puerto de Baltimore, por donde se produce una de las mayores entradas de sustancias ilegales al país, como la heroína y la cocaína. La llaman la autopista de la droga y confluye por esta pequeña población causando, en la última década, “una dinámica nunca antes vista”, según el sheriff. “Podemos atribuir probablemente el 80% de todo el crimen y los delitos de esta zona al problema de drogas”, enfatiza Jenkins, cuyo hijo era compañero de colegio y amigo de Christopher.  

“La adicción a las pastillas para el dolor se convirtió en adicción a la heroína, cuya compra es mucho más barata y letal, causando la muerte de manera casi inmediata, como en el caso de nuestro hijo”, susurra entre rabia contenida e impotencia el padre de Chris. Estos padres ya no podrán recuperar lo que tanto quisieron y tan rápidamente perdieron, pero ahora se consuelan cuidando de su nieta, la hija de Chris, y ayudando a otras familias que pasan por una situación similar. Para ello, recorren cada rincón de su condado entre charlas, consejos y abrazos de apoyo. 

La pequeña población de Williamston, situada también en la Virginia Occidental, está sufriendo más que ninguna esta epidemia. Una de las escasas farmacias para el total de sus 3.000 habitantes vendió 10 millones de pastillas de opiáceos entre la década de 2006 a 2016.  

La oxicodona o el fentanilo, que mató a más de 29.000 personas en 2017, son los analgésicos más recetados. El segundo es una droga letal procedente de China, cincuenta veces más fuerte que la heroína y que, en la actualidad, reemplaza a otras drogas como la cocaína, las metanfetaminas o los medicamentos con efectos sedantes o ansiolíticos, conocidos como benzodiacepinas.  

El nivel de muertes por sobredosis es más alto que nunca en Estados Unidos. En la mayoría de los casos, motivado por opioides prescritos e ilícitos que se distribuyen de manera ilegal y mezclan con otras drogas. De hecho, las sobredosis se dispararon un 30% en un total de 16 estados del país entre julio de 2016 y septiembre de 2017.  
 

Una cifra récord de muertes que afecta a todos los grupos de edad, aunque uno de los perfiles más destacados, especialmente en el consumo de opiáceos, es de hombres blancos de entre 22 y 28 años procedentes de familias de clase media-alta. Sin embargo, estas muertes han empezado a disminuir en aquellos estados donde se han impulsado fuertes campañas de concienciación y tratamientos para curar las adicciones. 

“Es importante recordar que por cada muerte hay otros tantos pacientes adictos que sobreviven, lo que supone un gran desafío de salud pública en el país”, afirma Madhu Ramaswamy, médico de cuidados intensivos en Washington, la capital. “Los opioides son medicamentos que se recetan para quitar el dolor, pero tienen un alto grado de adicción y dependencia”, dice Ramaswamy, añadiendo que “esto no es sólo un problema médico y, por tanto, su solución deberá abordar desafíos culturales, sociales y legales”.  

Por ello, las farmacéuticas también están en el ojo del huracán. Así se puso de manifiesto cuando el año pasado cerca de 400 organizaciones, condados e instituciones estadounidenses impulsaron una demanda conjunta contra ellas por comercializar con derivados del opio como potentes analgésicos. Los demandantes alegaron que la industria farmacéutica miente sobre lo adictivos que son dichos fármacos. 

Aunque destaquen con gran ventaja en un primer lugar, los opiáceos no son la única droga que ha acrecentado la crisis nacional por consumo. Cientos de casos de contaminación masiva por ingerir marihuana sintética en varios estados del país, como en Connecticut, hicieron saltar todas las alarmas hace unos meses. El narcótico, conocido como K2, es cien veces más potente que la marihuana y destaca por su alta toxicidad, que puede llegar a ser mortal. Esta droga de diseño no es nueva, pero su bajo coste la hace muy popular, especialmente entre personas que viven en la calle. Más de un centenar de sin techo tuvieron que ser atendidos el verano pasado en un céntrico parque situado junto a la Universidad de Yale por una grave intoxicación masiva.  

Y, entre las drogas legalizadas, el Cannabis. En EEUU, la marihuana medicinal está permitida por algunas leyes estatales, territoriales, de Reserva India y del Distrito de Columbia. En la actualidad, el Gobierno Federal no puede interferir en las leyes locales sobre su uso medicinal y recreativo. En 2014, el estado de Colorado se convirtió en el primer mercado público de marihuana de EEUU al alcanzar su plena legalización e iniciar su venta con fines recreativos. Ese mismo año, el mercado se calculaba de 4,6 mil millones de dólares, mientras que para 2020 se estima que la cifra aumentará hasta los 22 mil millones.  

Y es que desde 2015, también cualquier persona mayor de 21 años puede consumir legalmente cannabis en el estado de Washington, siempre que sea en un espacio privado; cultivar seis plantas y poseer hasta 56 gramos. Y el otro Washington, la capital, huele a marihuana. También las calles de la ciudad de Nueva York. Y las de todas aquellas poblaciones situadas en estados donde su uso y consumo se ha legalizado recientementeNueve estados en total han replicado la decisión de Colorado, reconfigurado la política, cultura, salud y justicia penal. Alaska, California, Colorado, Maine, Massachussets, Nevada, Oregón, Vermont y Washington.  

Quienes no la consumen, coinciden en que “su olor se siente como su tuvieras a alguien fumando cerca de ti todo el tiempo”, como asegura un ciudadano que, a sus casi 90 años, nunca la ha probado, pero puede olerla “a todas horas”.  

La legalización de la marihuana en esos nueve estados del país ha disparado el sector, con 340.000 nuevos puestos de trabajo que se estiman para el año 2020 y 50.000 millones de dólares por la vía legal e ilegal que su venta produjo en 2017. Además, se espera que el mercado legal de marihuana en EE UU llegue a facturar unos 47.000 millones de dólares al año durante la próxima década. 

Por otro lado, las encuestas de los últimos cinco años demuestran que la mayoría de los jóvenes la han probado, pero el 80% de ellos no la consumen de manera regular. Los sondeos realizados en Estados donde es legal ponen de manifiesto que el consumo entre los adolescentes ha disminuido considerablemente desde que las ventas de marihuana medicinal se dispararon en 2009, y básicamente se ha mantenido estable desde su legalización completa hace cinco años. 

El consumo de marihuana entre los jóvenes no ha aumentado, por lo general, en los Estados más permisivos, pero sí lo han hecho las atenciones médicas en emergencias relacionadas con el cannabis y los problemas mentales asociados, según informan los hospitales, destacando mayores índices de salud mental de casos asociados con su consumo.  

A James, fumar le “ayuda a relajarse”. De carácter acelerado y con poca paciencia para atender los pequeños detalles, su consumo le sirve a la hora de relacionarse con otras personas. Fuma marihuana desde hace más años de los que puede recordar y, aunque declara que no la necesita, la consume a diario.