Opinión

La orquesta del Estado

La idea de la comunidad política como una gran orquesta o conjunto musical, en la que cada ciudadano tiene una función como un engranaje armónico, es una metáfora de muy hondo calado en la historia de la cultura. La armonía política ya está presente en el pitagorismo, que tuvo una importante vertiente legislativa en la Magna Grecia entre los siglos VI y V a.C. Las ideas pitagóricas sobre la importancia de la música para el individuo y la cohesión de la comunidad fueron heredadas por Platón: su ideal sociopolítico del «hombre musical o instruido» (mousikós aner) recuerda que la música antigua era mucho más que sonido y abarcaba todas las artes patrocinadas por las Musas, con cabida en su templo o «Museo». Hay música por doquier en la «República» de Platón, encarnación de la armonía en un conjunto cívico donde cada ciudadano ocupa el justo lugar que le corresponde por naturaleza. Como Pitágoras, Platón pondera la música como el más poderoso influjo para el alma: por eso, en su Estado ideal, regula una música no sujeta a modas (Rep. 424c), que pueda educar al ciudadano en la virtud. El individuo es miembro de la gran orquesta de la ciudad y se ejercita continuamente en la música para armonizar con el todo. Platón establece en las «Leyes» una educación permanente de todos los ciudadanos –jóvenes, adultos y ancianos, con igualdad de sexos– que cantarán en conjuntos corales establecidos bajo el patrocinio de Apolo, las Musas y Dioniso para ser parte perfecta de esa ciudad ideal (Leyes 665a-b).

La noción de que cada individuo tiene un papel, como un instrumentista, y de que la música del conjunto resulta en una sociedad armónica, aparece también en torno a la figura de Orfeo, desde la antigüedad a su recepción medieval y moderna, con especial énfasis en el barroco europeo. Pero en el siglo XVIII, cuando se va configurando definitivamente la formación musical que dará lugar a la orquesta sinfónica, se da a esta metáfora más riqueza de matices políticos, como muestra John Spitzer en un artículo de «The Musical Quarterly» (1996). Desde entonces se caracteriza a la orquesta como organización cívica que combina los intereses y las acciones de los individuos en pos de un bien superior. Pero, claro, hay matices en cuanto a cómo se organiza esta. Charles Dufresny (1699) o John Vanbrugh (1708) describen a la orquesta como un estado absolutista, donde todo depende del director, rey absoluto con cetro en forma de batuta, en clara alusión a Luis XIV, o concertino magistral. Otros autores, como Friedrich Rochlitz («Cartas a un joven músico», 1799) o Heinrich Christoph Koch, en el espíritu de la revolución burguesa, rechazan el modelo autoritario de organización social-orquestal de arriba abajo: los músicos-ciudadanos son camaradas en busca de un noble y armónico objetivo común. Es la metáfora de la orquesta como sociedad civil, como comunidad de miembros libres e iguales. Hay quien incluso contempla la posibilidad de la anarquía, como un anónimo folleto francés sobre la «Guerre des Bouffons», célebre controversia operística de 1753.

También está la curiosa utopía de Hector Berlioz (1803-1869), Eufonía, «una pequeña ciudad de doce mil almas... un vasto conservatorio de música, ya que la práctica de este arte es el único objeto del trabajo de sus habitantes». Berlioz habla de su belleza pero la considera también regida por un despotismo ilustrado. En el trasfondo está la lucha por el modelo, de arriba abajo o cooperativo: esto llega al extremo en el lado más oscuro del modelo totalitario, como recuerda el estupendo ensayo de Fritz Trümpi «The Political Orchestra» (2016), sobre el lamentable papel de las orquestas filarmónicas de Berlín y Viena durante el Tercer Reich, manipuladas desde arriba para una propaganda detestable.

El mejor antídoto es el espíritu ilustrado de la orquesta ciudadana, como enseñan las ideas de la hermandad universal a través del arte que se difunden desde los años del nacimiento de la estética como disciplina autónoma. La Ilustración, con Kant o Schiller, esboza un nuevo ideario de armonía política, la «sociedad bella», y aparece desde Fichte la noción de «Estado de cultura», cooperativo y armónico, con larga pervivencia democrática y constitucional, desde Alemania a España: ¿a quién se le escapa que los modernos estados democráticos tienen estas bases estéticas y musicales? Este es la pregunta que se hace Raquel Rivera, estudiosa de los fundamentos estéticos del Estado de Cultura, en el libro colectivo «Cultura y humanización del Derecho» (2016). Rivera es, actualmente, a la sazón, gerente de la prestigiosa Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid, ejemplo de Estado de Cultura, que es belleza y crea belleza. Hay que realzar el papel social y democrático de las orquestas en nuestro país, de la magnífica ORCAM, bajo la batuta de Víctor Pablo Pérez, con su meritoria sección joven, y de otras grandes orquestas, como la Nacional o la de RTVE, en la creación de la cultura. Esta será de abajo arriba, del alma individual al alma del mundo, como vieron Pitágoras y Platón, o simplemente será otra cosa. Las ideas clásicas de la orquesta del Estado vienen a desterrar los peligros totalitarios y hoy, gracias a los ejemplos citados, las orquestas siguen siendo referentes del Estado de Cultura entre nosotros.