Opinión
Ese centro gélido e inhóspito
Cuando Albert Rivera contemplaba la noche electoral del pasado 28 de abril a la parroquia socialista más «cafetera» gritarle a Sánchez y otros dirigentes del PSOE aquello de «con Rivera no», ya empezaba a convencerse –y esto pudo ser el primer error entre un elenco encadenado– de que el pacto de las izquierdas con el apoyo tangencial del nacionalismo estaría cantando a la vuelta de unas semanas y tras un lógico juego floral de seducción entre Sánchez y Pablo Iglesias. Se equivocaba, como –dicho sea de paso– nos equivocábamos otros en la constancia de que, cuando uno de los bloques ideológicos suma, el acuerdo es inevitable aunque sea a última hora y con la nariz tapada, sobre todo para no dar una segunda oportunidad al adversario.
Rivera se habría dibujado un panorama más o menos diáfano a medio o largo plazo, con el PSOE gobernando de la mano de Podemos, con indisimulables guiños al soberanismo y con toda una legislatura para darle al PP de Casado desde la oposición parlamentaria el golpe definitivo de gracia en la batalla por abanderar la referencia del centro derecha. Los derroteros no han ido por ahí, entre otras cosas porque desde esa mismísima noche del «28-A», con el escrutinio definitivo sobre la mesa, en Moncloa y en Ferraz ya se empezaba a vislumbrar la posibilidad de que una repetición de elecciones podría no ser una «marcianada» bien manejada, eso sí, en meses posteriores y mientras sonaban esos gritos del «con Rivera no» tal vez alentados de ventanas para adentro.
Ciudadanos es un partido que nació bajo el paraguas de incontestables argumentos como la defensa de la unidad nacional y la crítica a un bipartidismo renqueante, pero a día de hoy –y el «riverazo» de antes de ayer con la oferta condicionada a Sánchez para facilitar su investidura lo demuestra– se ha convertido en una formación con el vello erizado ante el pavor a convertirse en la quisquilla que permanece inmóvil y se la lleva la corriente o lo que es igual, a sufrir el sino de formaciones como el extinto CDS de Adolfo Suárez o la UPyD de Rosa Díez, fagocitadas ambas por la fuerza centrífuga de esos bloques de la casta por la izquierda y por la derecha a los que ingenuamente se pretendió desinflar desde las sagradas zonas centradas.
La obsesión en la dirección de Ciudadanos por quebrar la hegemonía del PP ha sido proporcional en estos meses post electorales a su ceguera frente a un partido socialista que, navegando sobre la ola de todas sus terminales mediáticas y un inigualable rodillo de propaganda le ha comido la «merienda» por el costado progresista en forma de Toni Roldán, Nart y otros síntomas, un lento cocinado propio de los Can Roca. Es ahora por lo tanto cuando Rivera puede estar dándose de bruces, no solo con la amenaza de un notable retroceso electoral –de ahí su evidente puesta en «modo» campaña– sino con esa condición de náufrago en un terreno inhóspito, gélido y poco habitable a largo plazo como es el centro político en España. Fuera de la coherencia política y los anclajes ideológicos hace mucho frío.
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