Opinión
Emergencia gramática
En París, en una de las travesías del Bulevar Saint-Michel, se conservaba el pequeño sótano que había servido de mínima sala teatral para que Eugene Ionesco estrenara «La Cantante Calva» y diera carta de naturaleza al Teatro del Absurdo que luego haría famoso al premio nobel Samuel Beckett.
Setenta años después, vuelven de nuevo a existir microsalas, dada la crisis del sector escénico, y el Teatro del Absurdo llega hasta los ministerios españoles cuando Carmen Calvo quiere convertirse en la Ministra Calva y le pide a la Real Academia que declare la emergencia gramática. Quiere un dictamen que diga que la Constitución necesita lo que ella llama lenguaje inclusivo.
Pero la Real Academia, claro, no es el aduanero ni el guardián de la porra del lenguaje y así se ve obligado a recordárselo con exquisita educación a la ministra. La Real Academia no está aquí para ordenar a la gente cómo debe hablar, sino para registrar el uso que se hace del idioma. La Academia es una institución científica y la ciencia a lo que se dedica es a detectar las regularidades de la naturaleza. Una regularidad de la naturaleza es, por ejemplo, la ley de la gravedad que descubrió Newton. Nuestro Newtons del lenguaje lo que hacen es mirar a la naturaleza y comprobar si los ciudadanos de a pie usan en su lengua de intercambios comunes ese mecanismo aparatoso de duplicación que los cursis gustan de llamar «lenguaje inclusivo». Todos, incluidos la ministra, sabemos perfectamente que no lo hace nadie, excepto algunos izquierdistas pudientes que se han colado en el gobierno y lo usan en actos institucionales para quedar bien. Así que no se haga la ignoranta. El día que la población vea conveniente hacer un uso mayoritario de ese mecanismo (si llega ese momento, cosa que dudo porque va contra el principio de economía del lenguaje), la Real Academia lo registrará, normativizará y recomendará. Mientras tanto, hay que recordarle a la ministra que no se puede obligar a la gente a hablar de una manera o de otra. La gente habla como quiere. El problema del lenguaje inclusivo es precisamente que no es inclusivo, porque despojando a la desinencia «o» de su carácter neutro, excluye a los transgénero.
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