Opinión

Los almendros

La semana pasada, en homenaje al piloto portugués fallecido en el Dakar, cogí mi moto de fuera carretera y me pasé varias horas explorando las pistas de tierra de la comarca vinícola del Penedés que habito. Por pura casualidad, tuve el privilegio de presenciar uno de esos momentos únicos y mágicos del año: el florecimiento de los almendros. Salí el primer día de la semana y, como no quedé lo bastante ahíto de la deliciosa sensación de derrapar con la rueda trasera sobre el polvo de los caminos y embarrarme suficientemente el barbour, volví al día siguiente. Pasé por los mismos senderos entre viñedos y bosques de pinos y me encontré con ese instante de sorpresa del primer florecimiento del año. Aquellos almendros que el día anterior presentaban apenas brotes oscuros habían eclosionado durante la noche en tupidas manchas de blanco nacarado. Uno se pregunta, ¿de dónde han venido todas esas flores? Ayer no estaban.

El momento en que los días dejan de encogerse y aumentan cada vez más sus horas de luz es un momento de inflexión en cada temporada de nuestras vidas. Aquí el paisaje es ahora de filas geométricas de viñedos, adornados de vez en cuando ocasionalmente por esa figura, solitaria en la lejanía, que forma la vaga espuma de un almendro.

Es el momento ideal para recordar a los fallecidos, los olvidados, y renovar las ganas de nuevos embates de la vida. A edades como la que yo tengo, la renovación se produce también usando la munición de los recuerdos. Conociendo el país como lo he conocido sé que, si aquí arrancan los almendros de esta manera, en Andalucía deben estar eclosionando ya desde hace días en las laderas de las colinas. Certezas como esa tranquilizan y todo se relativiza con la idea del eterno retorno. Todo aquello que nos inquieta quedará atrás y la sociedad resistirá, devolviéndonos a sus cauces. Los charlatanes se pondrán estupendos, pero luego tendrán que acogerse a la común protección de la justicia. No hay otro camino. Los gobiernos pasan, pero ahí continúan, imperturbables, cada año como siempre los almendros. Dispuestos a sorprendernos por su prosaica y común eficiencia de siglos. Sin faltar nunca a esa cita que, sin saberlo, tanto necesitamos.