Opinión
La náusea
El 27 de enero es el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. La Alemania nazi asesinó en sus campos de exterminio a 6 millones de judíos y cerca de 5 millones de gitanos, eslavos, homosexuales, testigos de Jehová, enfermos, disminuidos físicos o psíquicos y enemigos políticos, principalmente comunistas. Pero la especificidad del Holocausto, lo que observamos el día 27, es la destrucción a escala planetaria y mediante herramientas industriales, sin un móvil territorial o económico, de todo un grupo humano, los judíos. Incluso el genocidio romaní, el Porraimos, que observamos cada 2 de agosto, sucede como prolongación de la «Solución Final de la Cuestión Judía» (Endlösung der Judenfrage). Ningún otro genocidio puede emparentarse. Así, la devastación de los tutsis se activa por odios larvados durante la era colonial. Con el Holodomor Stalin impulsa la colectivización de la tierra y coagula el nacionalismo ucraniano. Los judíos europeos murieron por «ser». Dos mil años de antisemitismo pavimentan el camino hacia los cuatro crematorios de Auschwitz-Bikernau. Claude Lanzmann, veterano de la resistencia antinazi, director de la revista «Les temps modernes», compañero de Sartre y De Beauvoir, no supo cómo rodar Shoah hasta que comprendió que «lo más importante era lo que faltaba». «La muerte en las cámaras de gas, de las que nadie ha regresado para dar testimonio». El Holocausto, el crimen judeófobo, de alcance universal y planificación miniada, sólo puede abordarse desde el vacío. Encarados a un agujero negro. «Nadie es tan obscenamente impúdico como para negar al Holocausto su carácter específico, su unicidad», escribió Lanzmann en 1979, «atenuándolo, enterrándolo bajo la tesis de la “universalidad del mal”, subsumiéndolo bajo generalidades como “los horrores de la guerra” o “las víctimas del fascismo”». Imposible anticipar los tuits que un vicepresidente y un partido en el gobierno de España firmarían un 27 de enero de 2020. El primero, Pablo Iglesias, no alude a los judíos y no menciona el Holocausto. Podemos sólo cita a los «compatriotas republicanos»; el resto son «víctimas que perdieron la vida por la barbarie». Ni Leyes de Núremberg, ni estrella amarilla ni «Noche de los Cristales Rotos» ni «Solución Final». Como señala el escritor Julio Béjar, «la campaña con la que la izquierda antisemita española ha inundado las redes mueve a repugnancia a cualquiera que no esté muy desinformado o moralmente podrido». Lanzmann habría vomitado.
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