Opinión
La revuelta del campo
La protesta del campo se une a la revuelta latente de la España vaciada. La tormenta perfecta sobre los pueblos. El mundo rural está acercándose al límite de la resistencia. Los productos agrarios y ganaderos rinden cada vez menos a los productores, cuando no les generan pérdidas. Los que se benefician del sudor de la tierra son los grandes espacios comerciales y las cadenas de distribución. En origen los precios están por los suelos. Pregunten a los ganaderos que quedan en las Tierras Altas, donde estuvo la Mesta, a los de la leche de Asturias y Galicia, a los olivareros del Sur o a los que cultivan trigo en las solitarias mesetas castellanas.
Primero cerró la casa del médico. Después el cuartel de la Guardia Civil. Luego, con la llegada de las máquinas, cerraron las cuadras y desaparecieron las caballerías de las calles, del campo y los caminos. Por entonces muchos vecinos echaron la llave a su casa y se fueron a la ciudad a buscar trabajo. No tardó en cerrar la escuela, lo que aceleró la estampida. En los últimos años han echado el cierre la oficina del banco, la botica, el centro de salud, la gasolinera de la entrada y la tienda de ropa. Cualquier día cerrará el bar, ahora en manos de una familia llegada de fuera. Y acaban de anunciar que en la estación van a dejar de vender billetes, que habrá que comprar por internet. A este paso no tardará mucho el tren en pasar de largo ante la ausencia de viajeros. Lo hará, eso sí, a gran velocidad.
Las máquinas se adueñan del mundo rural. Desde ahora en los pueblos manda Internet y, en el mejor de los casos, las máquinas expendedoras. Sobran los empleados. En realidad, en los pueblos sobran las personas. No son rentables. Se impone el comercio electrónico, el gran Leviatán. Pero el servicio de Internet en la España despoblada sigue siendo parecido al de los países subdesarrollados. Cuando estamos entrando en la era del 5G, en gran parte del mundo rural es casi un milagro conseguir una conexión básica a Internet. Para sacar dinero o manejar su pensión los viejos tienen que desplazarse a la capital. La mayoría de los pueblos pequeños carece de transporte público o es muy deficiente. Así que el teléfono móvil se presenta como la herramienta imprescindible. Pero la «brecha digital» convierte al móvil en un recurso inútil para una población envejecida. Y algunos aún se preguntan por qué se mueren los pueblos y a qué viene esta revuelta.
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