Opinión
Viaje a Cataluña
Todas las miradas del Gobierno están puestas en Cataluña. Del comportamiento de los levantiscos políticos de esta comunidad dependen los Presupuestos del Estado y la estabilidad de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en La Moncloa. Eso explica la prisa del presidente por viajar a Barcelona y visitar oficialmente, con bombo y platillos, a Quim Torra, a pesar de estar en seria duda la legitimidad de este individuo –un activista de la independencia que desprecia la Justicia, lo español y a los españoles– como presidente de dicha autonomía, y a pesar de su anunciado cerrojazo a la legislatura, que deja todo en el aire. Ni Iceta, el gran componedor y catacaldos, sabe lo que va a pasar en los próximos meses con Torra, que se empeña en llevarse el escaño en el culo.
El dirigente socialista no ha tenido en cuenta la advertencia de Azaña de que «lo mejor de los políticos catalanes es no tratarlos». En este encuentro de Barcelona se ha preparado la «mesa de diálogo», como se conoce, acordada con ERC, el socio preferido de la izquierda española, que fue la condición para sacar adelante la investidura. De paso, Sánchez aprovecha el viaje para sembrar un poco de cizaña entre ellos, que nunca viene mal. Existe la fundada sospecha de que bajo la hermosa capa del diálogo se ocultan intereses inconfesables que perjudican a todos los demás. Esa es la cuestión. Con estos tejemanejes rebrota el temor de Ortega de que la nación española se convierta en una serie de compartimentos estancos. Para la mayor parte de los observadores es escandaloso, como demuestra este viaje y su parafernalia, el nivel de dependencia y sometimiento del Gobierno de España a los intereses políticos de los independentistas catalanes.
No es éste un buen negocio. El trato de favor del Gobierno a Cataluña y a los soberanistas –también a los vascos–, a cambio del apoyo de unos y otros a los Presupuestos, no satisface del todo a los nacionalistas catalanes, que están en su matraca independentista y republicana, e irrita al resto de las comunidades, incluidas las gobernadas por el PSOE. Los demás exigen ahora mismo a la Administración central algo tan razonable como que pague lo que les debe, mientras los labradores y ganaderos de la España olvidada se echan a la calle, cansados de aguantar. Se sabe desde antiguo que la justicia consiste en la constante y permanente voluntad del poder de dar a cada uno lo suyo. Cuando esto falla, llega el conflicto.
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