Opinión

Decir y hacer

Lo que dijo la semana pasada Anna Erra, la alcaldesa de Vic, nuestra Blas Piñar catalana, no es nada nuevo. El pujolismo se dedicó durante treinta años a difundir esa clase de consignas neonazis por Cataluña. Si alguna parte positiva tiene el «procés» es que, con sus vaivenes y polarizaciones, ha hecho aflorar toda esa inmundicia humanamente inaceptable, la ha reventado como un grano de pus, y ha conseguido que todo el resto de España visualice el racismo que llevan soportando la mitad de los catalanes hace décadas. Porque, hasta hace poco, la consigna del catalanismo era decir esas barbaridades inhumanas en privado, con la boca pequeña, y negarlas en público. Si desean comprobarlo, no tiene más que dirigirse al preámbulo del Plan de Normalización Lingüística de 1996 de la Generalidad de Cataluña. Escondido en el rincón de un párrafo, encontrarán básicamente lo mismo que decía Anna Erra el otro día. Pero, no se lo pierdan, en una iniciativa legislativa. Que alcornoques.

Cabe recordar también entonces las declaraciones de Marta Ferrusola, la esposa de Pujol, homófoba en cap de Cataluña, cuando se dejó decir que la homosexualidad ella no sabía si era una enfermedad o qué. Al día siguiente, aparecieron pintadas del catalanismo en su tienda de jardinería que le decían: ¡Marta, calla! Obsérvese que la protesta no le pedía que reconsiderara sus pensamientos, sino solo que no los dijera en voz alta.

Por ese camino de vicios privados y virtudes públicas, se llega un día a situaciones como la que servidor se encontró en 2010. El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona me pidió un texto para el catálogo de una exposición sobre inmigración. Me pareció consecuente mencionar en el texto el racismo soterrado que existía en nuestra sociedad catalana y al Director de Exposiciones le cogió un ataque de caspa. Recibí presiones para modificar el texto porque la versión institucional era que en Cataluña no había racismo. Por supuesto, me negué a cambiarlo. Como vemos, en aquel tiempo lo inhumano se decía en privado y se intentaba negar en público. Ahora ya se dice en público y luego se pide perdón. Eso sí, no se engañen: después, en ambos casos, se sigue practicando el supremacismo.