Opinión
Ese mentón delator
No soy una persona mentirosa. Me gustaría poder presumir de que no lo soy por elección moral, pero no es así. Sucede simplemente que, desde pequeño, comprobé que poseo un rostro muy expresivo, unos ojos grandes y delatores que me impiden fingir con éxito. Antes de que me llegara la edad de las decisiones morales, ya sabía que a mí la mentira no me iba a resultar práctica, no me compensaba. ¿Para qué voy a mentir si por mi incapacidad seré pillado enseguida? La mentira la usan los seres humanos cuando decir la verdad les va a impedir conseguir lo que quieren. Yo, por ese camino, no conseguiría nada, dados mis especiales rasgos fisionómicos.
Algo similar le sucede al pobre Ábalos. Ya se comprobó cuando preparaba la mesa para negociar con los separatistas. Asustado por las condiciones de sus socios, no le apetecía nada comentarlas en público y se le notaba muchísimo. Salía siempre de las reuniones con la mirada errática y el belfo perplejo. Los periodistas, que son muy vivos, se dieron cuenta enseguida de esos tics y para husmear la noticia les resultaba sencillo presionarlo con preguntas y enseguida les ponía en la pista de lo candente por defecto. Ábalos es uno de esos casos inauditos de político que no sabe mentir. Le pasa lo mismo que a Marta Rovira, la política catalana huida a Suiza. No se trata de que ellos tengan o no la intención de mentir, sino que no han sido dotados por la naturaleza para hacerlo. Se les nota inmediatamente y la prensa no suelta su hueso. Por eso, Ábalos ha acumulado ya varias versiones a los periódicos de su reunión con Delcy Rodríguez, todas contradictorias entre ellas.
La contemplación de estas carencias humanas nos lleva al público votante a un triste dilema; a interrogarnos sobre lo que es preferible para nuestra tranquilidad. ¿Un político que mienta mal, al que podamos detectar cuando quiere engañarnos? ¿O un político psicópata, capaz de mentir con total cinismo sin mover un solo músculo de la mandíbula? En ambos casos lo que pretende el político es alejarnos de la verdad de las cosas que hace; no vaya a ser que, cuando las conozcamos, decidamos expresar nuestra desaprobación usando nuestro voto de una manera consecuente.
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