Opinión

Nunca hubo dos bandos

Con la banalidad del mal de Adolf Eichmann que expuso Hannah Arendt sucede como en el llamado relato del dizque conflicto para explicar los crímenes etnonacionalistas en el País Vasco. Aplacan conciencias. La idea de que un gusano Eichmann, capataz de los transportes al crematorio, fue un mentecato evita que reflexionemos sobre el fondo asesino de algunos hombres malos. Baraja culpas. Difumina responsabilidades. Qué haría usted si. Ese tipo de purria. En cuanto al conflicto vasco y los dos bandos en tiempos de ETA sirve para que algunos desahogados acomoden el molinillo de culpas en un damero donde todos salen airosos. Y el primero en escaquearse el nacionalismo. Absuelto por la vía de señalar un nacionalismo especular contra el que no cabía sino defenderse. Muerto a muerto. Un negativo de sangre que lava más blanco y centrifuga fosas. Una explicación reactiva con la que subsumir la infecta podredumbre. ETA amenazó, secuestró y asesinó. Pero. La Guerra Civil, un suponer, explica según qué crímenes. Y el pueblo vasco estaba sojuzgado, y luego llegó el Batallón Vasco Español, y el GAL, y etc. Disimulan así la campaña de limpieza étnica e ideológica en una de las región españolas que menos había sufrido la represión franquista. Comparen las cifras de desaparecidos/fusilados con las de Andalucía y Castilla. Por no hablar del trato de favor que recibieron sus empresarios. Bah. Cualquier cosa antes que admitir que la guerra sucia del Estado, vergonzante, y reprimida y juzgada por el propio Estado, y que nunca gozó de apoyo social, fue una de las salpicaduras provocadas por el terrorismo de ETA, y no al contrario. Como explican los historiadores que colaboran en Nunca hubo dos bandos, el formidable libro coordinado por el profesor Antonio Rivera, asistimos a un intento de desleer la violencia perpetrada por los carniceros. Una vez disueltos sus delitos en una suerte de papilla resulta mucho más sencillo encarar el olvido de las víctimas y asumir que en los días en que ETA mataba millones de ciudadanos siguieron a lo suyo, a mirar para otro lado y, en el peor de los casos, a promover una ideología asesina. Sobre todo permite pactar con los viejos sicarios y sus compañeros de viaje, nacionalistas todos, sin experimentar náuseas. Nunca hubo dos bandos. O sí. Estaban los demócratas, cuatro valientes gatos en ¡Basta Ya!, y estaba la gentuza, casi todos.