Opinión
Construcción
¿Qué se ha hecho del feminismo aguerrido que yo conocí en mi juventud? Entonces ese movimiento constituía una cosa sólida, luchadora, seria; un proyecto que evaluaba una realidad objetiva y proponía transformarla. Las quemas de sujetadores o la veleidad coyuntural por el amor libre fueron la parte anecdótica (aunque divertida), pero esas trivialidades iban acompañadas de la preocupación por el control del dinero, por la eliminación de los privilegios y por la equiparación en las sórdidas tareas domésticas. Todo ese proyecto había nacido en las sufragistas y tenía un claro prestigio. Ahora se grita más, pero se hace menos.
Lo digo porque he visto ese video donde las ministrables triscan por los pasillos de Moncloa transportando pasteles y dándose abrazos. ¿En serio no perciben ellas mismas la gazmoñería que proyectan? No sé si les hubiera gustado mucho a las feministas de mi época, porque el video es como si el mensaje comunicativo de Moncloa lo hubiera rodado una productora cinematográfica llamada «Videochichi».
Las feministas de antes, con mucho esfuerzo individual, mucho sacrificio y mucha insistencia consiguieron que el mundo civilizado aceptara sus bases teóricas provocando avances prácticos reales. Aquellas feministas decían que las mujeres eran buenas no que los hombres eran malos. La cosa lleva torcida desde que alguien, más tarde, creó el clásico enemigo exterior propio de todas las xenofobias. Se le ocurrió llamarle heteropatriarcado. Cuando se usa la palabra como adjetivo, puede tener sentido y resultar precisa y operativa. Pero, como muchas veces sucede en filología, si se pretende convertirla en un sustantivo, sin necesidad ni lógica, lo único que se consigue es crear un concepto abstracto no practicable. Lo peor es que, al sustantivizar un adjetivo, lo antropomorfizamos. Es decir, que inducimos equivocadamente a pensar y comportarnos como si el heteropatriarcado fuera un señor que nos han presentado y al que se le pudiera preguntar la opinión, reñirle y echarle las culpas más peregrinas. Es necesario ahora urbanizar el terreno que consiguieron recalificar las feministas de final de siglo. Pero, por favor, no con firmas constructoras como «Videochichi».
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