Opinión
Lo he visto
Ábalos ha desaparecido. Cristina Narbona ha ocupado su responsabilidad de portavoz. Si se llama a su despacho en el ministerio de Transportes, su secretaria, muy amable por cierto, informa que el señor ministro está enfermo y los doctores le han prohibido toda suerte de actividad. Por el tono de voz de la secretaria se deduce que padece un principio de paperas. Lo cierto es que no se le echa de menos, y que los trenes y aviones cumplen más o menos, ora en la salida, ora en la llegada, con el horario previsto.
En los días de nortazo loco, me gusta pasear a prudente distancia del choque de las olas con la rocas de la costa para disfrutar de la bravura del Cantábrico. Vendaval y la mar tan alzada que se rompe de espumas hasta donde abarca la vista. Después del paseo, un aperitivo en el puerto. En esta ocasión, en el de San Vicente de la Barquera, en la margen derecha de la ría según se arriba por la bocana. Reunión de patronos y marineros, con los barcos amarrados en espera de tiempos calmos y tranquilos. Salir a pescar en un día como el de hoy, supera la sensación del peligro.
Me he fijado, sorprendido, en uno de los marineros. Tomaba un blanco de la Nava, vino palentino muy arraigado en los puertos de la Montaña cántabra. No compartía la charla con los demás pescadores. Y hablaba mucho por su teléfono móvil, mientras su mirada se perdía por el horizonte sobrada de melancolía. Pero me ha caído bien. La simpatía no tiene porqué acompañarse de la sonrisa. Hombre seco y duro de la mar, pero con expresión bondadosa y sincera. Era él.
Se trataba de Ábalos. Después del asunto de Delcy, y cumpliendo órdenes de Sánchez e Iglesias, el ministro de Transportes se ha hecho a la mar. A treinta millas al norte de San Vicente, entre Cantabria y Asturias, abunda la merluza. Lo que más alivia a un escondido es ser reconocido. –Tú eres Ábalos, el ministro-, le he dicho mientras estrechaba su mano. Su respuesta, falsa pero comprensible. –No soy Ábalos-. No he preguntado más, pero ha sido él quien se ha soltado de lengua. Creo que lo necesitaba. –Bueno, de acuerdo, soy Ábalos, pero si lo escribes, lo negaré-. Me he limitado a contarle lo de su secretaria. – Llamé hace días a tu despacho en el ministerio, y tu secretaria me dijo que tenías paperas y te habían recomendado los médicos descansar-; - nada de paperas. Lo que acordamos entre Pedro, Pablo, Carmen y yo, es que sufría de un papiloma en la planta del pie, y que tenía que extirpármelo. Ésa es la versión correcta. Fue cuando Pablo, que manda mucho, me recomendó que desapareciera unos días. -Óyeme bien, Ábalos. Tengo un amigo en San Vicente que tiene un barco de pesca. Te embarcas con la tripulación y desapareces unos días-; - el problema, Pablo, es que no he pescado en mi vida-; -no te preocupes. Te van a encomendar que, a medida que embarcan las merluzas, tú las destripes y las coloques en unas cajas con hielo para mantener la turgencia y frescura de sus cocochas-; -me da mucho asco, Pablo-; -Ábalos, bastante has metido la pata para que te niegues a cumplir con este servicio que te ofrecemos-; -y además, me mareo-; -pues te tomas una biodramina y si el mareo persiste, devuelves el desayuno-. Sin preguntas ni presiones, Ábalos me ha hecho partícipe de su tragedia. Lo que más le ha molestado, yo diría que herido, es la versión de las paperas cuando la opción elegida era la del papiloma en la planta del pie derecho. –Luego dicen que me invento las cosas y doy nueve versiones diferentes. Son ellos los mentirosos-.
El que quiera o necesite algo de Ábalos, ya sabe dónde se ubica en estos momentos. Está embarcado, como limpiador de merluzas y distribuidor del pescado en sus cajas con hielo, en el pesquero «Rosita Cárdenas», matriculado en Avilés, Asturias, con sede en San Vicente de la Barquera. Su deseo es que al término de la campaña merlucera, le permitan retornar a su despacho de ministro y renovar sus esfuerzos por la salvación de España. Pero no es optimista al respecto. Al patrón, amigo de Pablo Iglesias – y coherente, pues se embolsa el 70% de los beneficios-, se le escapó un comentario que da vueltas y revueltas en su cabeza: -Ábalos, vas a ver lo bien que se pescan los bogavantes, las langostas y los centollos en la luna de Mayo-. Y claro, está el hombre preocupado. –No puedo dejar vacío de poder mi ministerio. Los trenes y los aviones me necesitan. Me pregunto qué he hecho para que me tengan aquí entre merluzas, bogavantes, langostas y centollos-. Y sinceramente opino que tiene toda la razón.
Para tranquilidad de sus seres queridos, hago hincapié en su estado físico y de salud. Está como un roble, con la barba algo crecida, pero no ha perdido peso ni sentido del humor. Y cumplo con su petición: -Por favor, que me saquen de aquí, que lo mío son los aeropuertos, no las tripas de las merluzas-. Petición cumplida. Y nada de paperas. Papiloma.
✕
Accede a tu cuenta para comentar