Opinión

La libertad de los cuentos

Con frecuencia, llevado por las urgencias de la actualidad, olvido el compromiso que comporta el título de esta columna. Es el de buscar textos de todos los tiempos que sean aplicables a acontecimientos de la realidad actual. Por suerte, para recordármelo, muchas veces me salta a los ojos algún fragmento antiguo que encaja a la perfección con sucesos recientes. Anteayer, salió de prisión Oriol Junqueras. Les invito a que busquen un cuento titulado «Canossa» de Hector Hugh Munro, más conocido por el alias de «Saki». Fue escrito antes de 1916.

De Saki decía Borges que había sido el mejor escritor de relatos que había leído en su vida y, si lo dijo Borges –maestro insuperado– algo de razón tendría. Yo no sé tanto, pero sí sé que el cuento más perfecto del mundo lo escribió precisamente nuestro amigo Saki. No es el relato que cito hoy, pero guardaré el secreto del título y no daré ninguna pista, porque sigue siendo para mí uno de esos placeres eternos contarlo, con un puro y un whiskey en la mano, a un auditorio maravillado que lo oye por primera vez.

Hoy solo hablaremos de «Canossa». Lo protagoniza Demóstenes Platterbaf, en palabras de Saki, «el insigne Instigador al Desorden Público» y cuenta que «si Platterbaff seguía languideciendo en la cárcel, el día de la votación el candidato del gobierno no saldría elegido. Lamentablemente, no cabían dudas en lo relativo a la culpabilidad de Platterbaf». Se arregla entonces una componenda para que Platterbaf pueda ser liberado, pero éste se niega a salir. Aduce que quiere una banda de música, porque nunca ha abandonado una prisión sin una banda y no va a privarse de ella. Los músicos, sin embargo, se niegan a homenajearlo.

Como aspiro a que busquen «Canossa» y lo lean, no haré «spoiler». Los dejaré a ustedes en el momento que el Primer Ministro (Sánchez), el Organizador de Campaña (Iván Redondo) y el Ministro de Gobernación (Calvo, Iglesias o Ábalos, a elegir) están buscando instrumentos fáciles de tocar y probando si ellos mismos son capaces de llevar el ritmo con los platillos y el cornetín. Saki, como era de temer, terminó asesinado por un francotirador de una de esas batallas que tanto gustan a Ponsatí.