Opinión

La guerra de las aulas

El arte y la religión primero; luego la filosofía; finalmente la ciencia. Este es el orden de los grandes temas de la vida». Ese es el programa educativo de la escritora inglesa Muriel Spark. Nada que ver con los planes que maneja la ministra española de Educación Isabel Celaá. Si ésta pudiera, erradicaría por completo la religión de las aulas y seguramente correrían parecida suerte las lenguas clásicas, el arte y la filosofía. El humanismo está de capa caída entre nosotros. Este Gobierno progresista, feminoide y eutanásico, no está para tales florituras. El Gobierno conservador, tampoco.

Cuando los socialistas llegan al poder en España lo primero que hacen es cargarse la ley de Educación vigente, o incluso en barbecho, dispuesta por sus antecesores de la derecha. Y estos hacen lo mismo cuando recuperan el mando. Plantan otra ley de Educación en cuanto encuentran un hueco libre en la Legislatura. Llevamos así cuarenta años de tejer y destejer. ¡Con ocho planes de estudio distintos! Debería darles vergüenza a los político de uno y otro bando. Así es difícil organizar una enseñanza de calidad. Ahora, como estaba previsto, Celaá se dispone a desmontar con verdadero entusiasmo la «ley Wert» recuperando lo que rigió en tiempos de Zapatero, de ingrata memoria. Y es que la burra siempre vuelve al trigo.

En el campo de la enseñanza se libra una decisiva batalla entre la España laica y la España católica. De ahí el empeño de la izquierda, como primer objetivo de las reformas, en eliminar la religión en sus planes educativos. Ni siquiera es capaz de proponer, como parecería razonable, la Historia de las Religiones como asignatura importante, no confesional y obligatoria. Y de ahí la prevención y los recortes a la escuela concertada, mayoritariamente en manos de instituciones y órdenes religiosas. La jerarquía católica no es ajena a la preocupación por los inminentes planes educativos del Gobierno. En esta última asamblea plenaria, los obispos han optado por la moderación y el diálogo con las autoridades públicas, pero el problema está ahí: subsiste y se agudiza.

España daría un salto adelante el día que los diversos agentes sociales y las distintas fuerzas políticas se pusieran de acuerdo y firmaran un gran pacto educativo. Pero esto se me antoja hoy como pedir peras al olmo. De momento me apropio de lo que dijo el Duque de Wellington, que no gustará nada a la ministra Celaá: «Educad a los hombres sin religión y los convertiréis en diablos listos».