Opinión
Y ahora ¿qué?
El corona virus ha saltado, como era de temer, los muros vaticanos. La semana pasada se hizo saber que un paciente que había acudido a los servicios sanitarios del pequeño Estado fue diagnosticado como portador del maligno virus. Para desconsuelo de algunos –que de todo hay en la viña del Señor– no era el Papa Francisco sino un anciano señor.
Como era lógico esperar se han tomado las medidas necesarias para evitar la difusión del contagio. El sábado pasado un comunicado de la Sala de Prensa de la Santa Sede anunciaba que el domingo 8 de marzo el Papa no aparecería en su habitual ventana de los apartamentos pontificios sino que lo haría vía «streaming» desde la Biblioteca del Palacio Apostólico. La participación de los fieles será posible gracias a las pantallas desplegadas en la Plaza de San Pedro y de los servicios que serán distribuido a través de los medios informativos vaticanos. Idéntico sistema se adoptará para la Audiencia General del miércoles 11 de marzo y así sucesivamente hasta nuevo aviso. La razón invocada es intentar evitar el contagio a los miles de peregrinos que de todo el mundo tradicionalmente acuden a dichos encuentros con el Santo Padre. Pero la Iglesia no sólo se preocupa de las consecuencias físicas de este mal. El Pontificio Consejo para los Laicos, la Familia y la Vida hizo público el 6 de marzo un mensaje en el que afirmaba que «todos estamos llamados a afrontar esta emergencia sanitaria internacional con seriedad, serenidad y valentía haciéndonos disponibles también a algunos sacrificios en nuestro estilo cotidiano de vida por el bien común: nuestro bien y el de todos». Luego añadía que la Iglesia está cercana a los enfermos del Covid 19, a sus familias y amigos, al personal sanitario y a los científicos que buscan un remedio a esta patología.