Opinión
Una luz en el páramo
Se ha apagado en silencio cuando más falta hacía la vida de José Jiménez Lozano. Era una pequeña luz, apenas la luz de un candil, en medio de la noche oscura de Castilla. Brillaba entre las ruinas. Nos alumbraba a todos, desde los tiempos de «El Norte de Castilla», casi sin darnos cuenta. Y ahí seguía erre que erre. En «La ronquera de Fray Luis» anotó: «No sé si una máquina algún día escribirá “El Quijote” o un drama de Shakespeare, pero no tengo nada que objetar. Lo que sabemos es que no será capaz de besar las llagas de un leproso, con amor, o de morir por nadie».
Se ha ido el último superviviente de aquel grupo irrepetible y luminoso del gran periódico de Valladolid: Miguel Delibes, Martín Descalzo, Paco Umbral y él. Lo dirigió muchos años. Sabía bien el oficio. Muchos nos nutrimos de aquello cuando éramos jóvenes y soñábamos con escribir y, ¡pobres ilusos!, con arreglar el mundo. Pasados los años, era casi un milagro a contratiempo encontrarse aquí en «La Razón» con un artículo suyo, siempre tan ponderado, tan agudo, tan apacible, tan de vuelta de tantas cosas, tan aleccionador, cada semana.
Era un hombre de pueblo, con sede en Alcazarén, donde descansará en paz bajo el cielo azul y frío de Castilla. Rastreó a los místicos castellanos, huyó de mesianismos, mantuvo con naturalidad su fe cristiana, como rasgo destacado de su personalidad, honró al buen periodismo, lanzó las Edades del Hombre y no paró de escribir –relato, ensayo, novela, diarios, poesía…– hasta alcanzar con la humildad que le caracterizaba, sin hacer ruido, sin boato alguno, el preciado galardón del Cervantes, que no le sirvió para entrar en la Academia.
Se ha ido cuando, como él advirtió a tiempo, es muy delgada la película que nos separa del regreso a la barbarie. Cuando aumentan las ruinas en la Castilla despoblada, mística y guerrera, ayer dominadora y hoy irreconocible. Cuando nos acorrala la peste, no sólo ni principalmente la peste del coronanovirus. «Con tanto coche –escribió en “El santo de mayo”–, tanta televisión, tanta nevera y tanto triunfo en la vida, ¿cómo quiere usted, señor Juez, que podamos entender a los pobres? Son seres como de otro planeta. Dios sabrá de cuál». Puede, si bien se mira, que el rasgo más destacado de la personalidad del escritor y periodista José Jiménez Lozano, su grandeza literaria, sea su humilde compasión por el ser humano desvalido.
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