Opinión
Cura de humildad
Nos creíamos poderosos, invencibles, casi inmortales, y ya ven. Un maldito virus diminuto, invisible y silencioso, llegado de China, nos mete en casa y nos paraliza. Nos baja los humos. En realidad, lo paraliza todo, hasta el Parlamento, empezando por la rueda dorada del progreso, ese falso dios de nuestro tiempo. Nos recita cadenciosamente, ahora que estamos en Cuaresma, una lección casi olvidada: la de que somos mortales y vulnerables, puro polvo, aunque sea polvo de estrellas, y que nos convertiremos inexorablemente en polvo. Esto nos encoge el alma, sobre todo a los que vemos que se acorta peligrosamente el camino por delante y que somos los más amenazados por esta peste, que parece una maldición bíblica. Nos mete el miedo en el cuerpo, para qué negarlo, y no nos deja disfrutar de los abrazos ni de los besos de los nietos. Hasta nos impide a los atléticos celebrar a tope, como la ocasión merecía, el increíble triunfo en Liverpool. Ni siquiera, como hacíamos otros años, nos deja alegrar el corazón con la llegada de la primavera, que ha sembrado de violetas el jardín y ha hecho que esta noche floreciera el cerezo al pie de la ventana.
Esta cura de humildad no nos vendrá mal. Toda la humanidad se está parando a pensar. Todo el mundo está reflexionando sobre la globalización y los límites del progreso. También sobre la naturaleza del poder, tanto del poder económico como del poder político. Habrá que revisar muchas cosas. Entre ellas, las grandes aglomeraciones urbanas y el abandono del respiradero de los pueblos vacíos. Pocas veces han aparecido los Gobiernos tan desvalidos, tan necesitados de apoyo, tan perdidos, como en esta crisis del coronavirus. La situación ha obligado a parar el enfrentamiento político. Decae el espíritu crítico. Las diferencias se relativizan. La única manera de defenderse es aparcando las diferencias. Con el parte diario de contaminados y muertos revive el sentimiento nacional, que suele llamarse patriotismo. Cada uno siente como propias las desgracias de su país en circunstancias extremas, como ésta. En fin, sirve para descubrir la importancia de la sanidad pública y para poner de manifiesto las necesidades de la vida fuera de los centros de trabajo, sin olvidar el papel imprescindible de los abuelos, pieza clave del engranaje social. Sirve también para dar un impulso definitivo al teletrabajo y a la consiguiente reducción del CO2, que buena falta hace. No todo está perdido. Saldremos de esta. Como dice Balzac, en las grandes crisis el corazón se rompe o se curte. Saldremos curtidos.
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