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Opinión

El tiempo se ha parado

Estos días se leerán como si fueran la «Rayuela» de Cortázar, que se puede abrir por cualquier página. Lo malo es que no sabemos el final. Por lo demás, una mañana se habla de los balcones, otra del apocalipsis y a la siguiente de papel higiénico. Lo que resulta un retrato repetido e inacabado. Ha quedado como el inmortal síntoma que nos hace humanos, el papel, digo. Dicen que se ven más películas pero en realidad lo que estamos consumiendo es un intermedio con todo el tiempo del mundo para ir al baño. Las casas enclaustradas son nuevos monasterios con monjes sin vocación. En estas llegó el Rey a darnos ánimos, después de que se conocieran asuntos opacos, lo que lo hizo aún más grande por plebeyo. Que usen las cacerolas para calentar la comida de los infantes. Ese ruido es un insulto a los que estamos trabajando en silencio. La enfermedad no entiende de sangres azules. Esto es lo más parecido a una guerra que nos ha tocado vivir a los que sólo la conocíamos de oídas. Quién se acordará de Franco cuando se dé el parte de muertos. Los niños sabrán lo que significa que la nevera esté a medio llenar. El pasado reciente suena ridículo, las soflamas políticas, la eutanasia y la madre que parió a la verborrea parlamentaria. Soñamos con las palabras de Shakespeare, mañana en la batalla piensa en mi, como si al pasear al perro, la bendición de tener bula papal, nos fuera a fulminar un rayo invisible. La cola del supermercado parece la fila para pasar al confesionario. Algunos llevan los pecados apuntados en la lista de la compra y toman de rodillas paquetes de arroz y de lentejas. Los aplausos suenan como campanas que llaman a rezarnos los unos a los otros. Los pocos que se cruzan por la calle se saludan al estilo de los pueblos de antaño. Digamos que ahora apetece encontrarte con un vecino al que en otro momento hubiéramos mandado a paseo. Hasta la cursilería parece de buena educación, esos vídeos lacrimógenos de los que nos hubiéramos reído con aplausos enlatados. El tiempo parado es una rueda de hámster averiada. En ese tránsito, el sin techo que dormía en el banco que está junto al kiosko ha desaparecido y una persona corre como si acabara de cometer un asesinato. Igual está matando el tiempo, lo único que no se arredra ante las mascarillas.

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