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Apuntes

Nunca les perdones, Presidente

Debe estar bien dirigir un partido que se deja mangonear a tu capricho

Parece que el fenomenal cabreo del presidente a cuenta de lo de su mujer no es tanto con la «fachosfera» como con su círculo más cercano, con demasiadas caras de póker cuando la malvada prensa comenzó a rascar en el asuntillo de las relaciones profesionales de Begoña Gómez, vicetitular de una de esas cátedras que sacan a subasta las universidades públicas, en este caso, la Complutense, que hay que pagar muchos sueldos y con los Presupuestos nunca salen las cuentas. No es que la excelencia académica haya sido el faro de nuestra maquinaria de expedir titulaciones públicas, pero algunas cosas cantan más que otras, como cuando hicieron doctor honoris causa a Mario Conde, porque su banco pagaba los gastos de los cursos de verano de El Escorial.

La cuestión es que, cuando se redactan estas líneas, los cuadros socialistas y sus aliados están en un grito, dándole vueltas a la caja de Schröndinger, esa que contiene un gato que puede estar vivo o muerto al mismo tiempo, que, como en la Complutense, hay muchos sueldos que pagar y no está el mercado laboral para tirar cohetes. Si hay que darle verosimilitud a la teoría del cabreo interno –hay muchas hipótesis, pero unas tienen más que ver con la literatura de las conspiraciones que con los hechos y otras entran de lleno en el campo de la psicología clínica– es por el espectáculo de sumisión al líder que ha dado el PSOE, especialmente, por los golpes de pecho de las plañideras del Gabinete, «somos perros, porque somos fieles», que digo yo que estarán en ese «núcleo duro» que ha hecho dudar al presidente por su falta de entusiasmo en la defensa de Begoña.

No dudo de que el partido socialista conseguirá recuperarse del grotesco espectáculo del sábado –al fin y al cabo, ha logrado encalomarle a la derecha su golpe de estado contra la II República y a los comunistas su nefasta gestión estratégica de la Guerra Civil–, pero si se produjera el milagro, que también se fueron al guano en Francia e Italia, pienso ponerle un altar en el recibidor de mi casa a nuestro actual o dimitido presidente del Gobierno.

Mientras, aconsejaría a la «fachosfera» la adopción de un perfil bajo durante los próximos meses, porque la máquina del fango va a seguir a pleno rendimiento y en el último aquelarre socialista flotaban en el aire acusaciones de que las derechas se quieren cargar la democracia, que son palabras mayores. Y si creen que el problema es Pedro Sánchez, que lo es, no pierdan de vista a su vicepresidenta, María Jesús Montero, que, en sede parlamentaria, imputó un delito de corrupción a la esposa de Núñez Feijóo amparándose en una noticia falsa de toda falsedad y todavía no la hemos visto pedir disculpas o a un individuo como Eneko Andueza, que exhibía a los socialistas asesinados por Eta, mientras su partido negocia con Bildu la proscripción democrática de Felipe González.

La verdad es que a cualquiera, puesto en el lugar de Sánchez, se le agolparían las razones para dimitir. Primero, porque él mismo ha puesto a su mujer en el disparadero de los rumores de la plaza pública; segundo, porque Puigdemont y compañía se frotan las manos y preparan «esa vueltecita más» y, tercero, porque es el secretario general de un partido político centenario que se deja ningunear a su capricho y que si toma conciencia de la indignidad sufrida no mirará, precisamente, hacia las derechas cuando vuelen los cuchillos.

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