Opinión
El honor de la verdad
Un aspecto interesante de este confinamiento pandémico es que toda la información importante del tema, salvo la televisiva, nos llega en su mayoría a través de la palabra escrita. Dependemos del buen criterio, la responsabilidad y honestidad de periodistas y escritores. ¿Y qué es escribir bien o escribir mal? Esa es una interrogación que ha llevado de cabeza durante siglos a todos los críticos. Como el estilo literario es cosa individual, transporta inevitablemente una gran carga de rasgos subjetivos y, para saber tomar las decisiones correctas que mejoren nuestra disciplina, los amanuenses gastamos nuestros días buscando elementos objetivos que nos sirvan de referente para evaluar de una manera neutral la calidad de página. Al fin y a la postre, en la tarea de escribir, como en tantos otros ámbitos de la vida humana, se da también con frecuencia el abalorio, la bisutería, la quincalla; todo aquello que brilla y resuena de una manera sensacional y efectista pero que luego, en el momento de mirarlo detenidamente, tiene escaso valor, cuando no directamente se trata de una trampa o un timo. Investigando todo eso con años de dedicación, se van acumulando pequeñas pistas, leves indicios, que muchas veces nos señalan a los profesionales cuando una escritura es buena y cuando no. Una clara señal, por ejemplo, es la riqueza léxica. Cuando un escritor da muestras de dominar una extraordinaria riqueza léxica pero, además, usa ese don con comedimiento, no queriendo exhibirlo constantemente, sino guardándolo solo para cuando quiere expresar algo con la mayor precisión y, mientras tanto, intenta no apartarse del lenguaje de los intercambios comunes; cuando sucede todo eso, digo, podemos estar seguros de que de ese escritor nos va a entregar buenos momentos de prosa. He mencionado también la precisión en el párrafo anterior que es otro buen indicador objetivo. La obligación de la escritura es tan científica como la del mejor experimento. Debe precisar, detallar, buscar la máxima exactitud. El buen escritor siempre negará la existencia de los sinónimos. Hay palabras muy parecidas, pero no hay dos palabras exactamente iguales; siempre hay un matiz. Debemos hablar también de la economía en el lenguaje y la sintaxis: el objetivo fundamental del lenguaje nació de la comunicación y cuanto más tarda el mensaje en llegar a su receptor podemos estar seguros de que algo se ha perdido por el camino, sea el valor, la honestidad o la sinceridad. Cuando empiezan a usarse circunloquios para inflar las cosas que se quieren decir, podemos estar seguros de que nos hallamos ante algo de escaso valor, adornado con todos los penosos afeites de una vieja ninfómana. Los adornos de plumas están muy bien para el cortejo sexual, pero van contra el principio de economía del lenguaje. Para adornar bien en escritura, hay que buscar el recto motivo temático que nos permita hacerlo con naturalidad. Dicho todo esto, quiero que examinen ahora el siguiente fragmento de la carta que el pasado martes envió Quim Torra a Pedro Sánchez hablando del coronavirus. Dice lo siguiente: «Necesitamos una respuesta que entendemos que no puede ser otra cosa que positiva». ¿Qué pretendía decir el desafortunado escritor que tropezó y cayó por esta inacabable pendiente de más de una docena de palabras? Pues algo muy sencillo. Quería expresar: «solo aceptaré un s». Para algo que bastaban cuatro vocablos necesitó más de una docena. Eso solo indica o ineptitud intelectual, o insinceridad e hipocresía moral. Porque lo que le sucedía es que, si lo decía con las cuatro rectas palabras básicas, delataba que es mentira que esté por el diálogo. Porque esa frase no dialoga sino impone. Y él necesita seguir fingiendo hipócritamente una disponibilidad que no está en su ánimo. Las rupturas de la economía comunicativa, por supuesto, pueden hacerse en escritura. Pero siempre, como decía, para ser buenas deben ofrecernos algo más valioso a cambio del esfuerzo extra que le pedimos al receptor. Yo mismo, sin ir más lejos, la he practicado en la interrogación del párrafo anterior para preguntarme qué quería decir Torra. Pero he introducido en la ruptura una imagen muy expresiva de un escritor que cae deslomándose por los trece peldaños de una frase que desciende hacia la torpeza. Le pido al lector un esfuerzo y a cambio le doy una imagen expresiva. ¿Qué imagen nos da Torra a cambio en su frase inflada? Ninguna. Solamente, insinceridad de contenido recto, retraso fariseo en la comunicación e hipócrita disimulo. Duras palabras, porque ahora no trato con el Torra ideólogo sino con el Torra escritor. Y no creo que sea un inepto mental. Puede pensar que estoy dándole lecciones de escritura y, efectivamente, estoy haciéndolo: porque puedo. Ahí queda eso. Debe entender que los que llevamos toda la vida en esta profesión (y no somos ni uno ni dos) tenemos lo que se da en llamar orgullo profesional. Todas las diversas facetas de tremendas decisiones morales que nos va a traer el coronavirus necesitarán ser encaradas con el mayor esfuerzo de honestidad y sinceridad. No creo ser más honesto que nadie, pero décadas de práctica me han enseñado que, en escritura, la claridad y la concisión siempre nos acercan mejor a la verdad que beneficia al prójimo.
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