Opinión

Los escrachadores piden ahora unidad

Una de las acciones más nauseabundas en términos democráticos es lo que los comunistas argentinos bautizaron como «escraches». Que consiste, ni más ni menos, en plantarse ante la casa del político o empresario que no les gusta y hacerle la vida imposible plantificándose allí día sí, día también. No puedes salir a pasear al perro, a la compra o a dar una vuelta con los tuyos porque, como mínimo, te increparán y te escupirán. Eso en el maravilloso caso de que no te agredan físicamente. El muy izquierdista ex presidente del Supremo Gonzalo Moliner los justificó allá por 2012 «siempre que no haya violencia». ¿Acaso coartar la vida normal de una familia, su pareja y sus hijos no es violencia pasiva, es decir, un delito de coacciones? Por no mentar los miles de casos aquí y en Sudamérica, de donde viene esta salvaje costumbre, en los que además de violencia pasiva la hay activa y en cantidades industriales. Saben de lo que hablo Rajoy, Rosa Díez (víctima del matonil Pablo Iglesias), Sáenz de Santamaría, Gallardón y un sinfín de políticos patrios. Curiosamente, casi ninguno de izquierdas, por no decir ninguno. Fueron escraches violentísimos los que soportó el PP en sus sedes en marzo de 2004 tras los brutales atentados que dejaron 192 muertos en Madrid. Aquellos antidemocráticos acosos fueron claves para dar la vuelta a unas encuestas que una semana antes otorgaban una holgada victoria al PP. Pues bien, las joyitas que alteraron nada pacíficamente el resultado de las urnas son los mismos que ahora piden unidad y cero crítica ante la estratosférica crisis sanitaria y económica que se nos ha venido encima por el coronavirus. Vaya jeta. Afortunadamente, la oposición está siendo cien mil veces más leal que el PSOE en aquellos días terribles en los que desde Ferraz se enviaron millones de sms instigando a escrachar al partido rival. No se trata tanto de devolverles la jugarreta cuanto de denunciar la actuación dolosa de un Gobierno que sabía desde enero las dimensiones de la catástrofe que estaba por llegar, que forzó la máquina para llegar al 8-M sin tomar medidas disparando exponencialmente el número de contagios y de fallecidos y cuya chapuza en la conducción de este armagedón se resume en el timo de los test chinos. Desde luego a la España disidente, no la callarán. Sin crítica, ni control al poder, no hay democracia que valga. Que seguramente es lo que quieren.